Si la pandemia de COVID-19 no mengua en 2021 y continúa matando a millones, no será porque en la eterna guerra entre los patógenos y la humanidad triunfe la naturaleza irrefrenable: “Será un fracaso humano y, más precisamente, un fracaso político”, advirtió Yuval Noah Harari, el historiador y filósofo israelí, autor de Sapiens: De animales a dioses.
A un año de la crisis del coronavirus evaluó que, dado que hoy existen “el conocimiento y las herramientas necesarias para prevenir que un nuevo patógeno se disperse y cree una pandemia”, si se siguen perdiendo vidas y destruyendo economías, o si el SARS-CoV-2 se convierte en el comienzo de una ola de nuevas epidemias, sería solo una muestra del despeñadero político. Porque la ciencia está, a diferencia de lo que sucedió en la peste negra e incluso en la gripe de 1918. Y hoy los humanos tienen incluso un mundo virtual donde refugiarse del patógeno. Si algo falla, entonces, no habrá otra responsable que la propia humanidad.
Entonces, ¿por qué más de 2,5 millones de muertos en el mundo? ¿Por qué economías enteras colapsadas y hasta países cerrados? “Por malas decisiones políticas”, escribió, Harari. “Las primeras alarmas sobre una potencial epidemia nueva comenzaron a sonar a finales de diciembre de 2019. El 10 de enero de 2020 los científicos no sólo habían aislado al virus responsable, sino que habían hecho la secuencia de su genoma y habían publicado la información en línea”, recordó Harari la cronología del SARS-CoV-2. “En unos pocos meses se volvió claro qué medidas podrían demorar y detener las cadenas de infección. En menos de un año había producción masiva de varias vacunas efectivas. En la guerra entre los humanos y los patógenos, nunca los humanos habían sido tan poderosos”.
2020 no fue un desastre: todo esto salió bien
Más allá de la biotecnología, muchos otros progresos permitieron que las sociedades no colapsaran como en un apocalipsis o cayeran en la hambruna. En primer plano, destacó Harari, están las tecnologías de la información.
En 1918 se podía poner en cuarentena a todos los que mostraban síntomas, pero no se podía rastrear a los presintomáticos ni a los asintomáticos, lo cual contribuyó a socavar el éxito del aislamiento, y la gripe siguió progresando. “Al contrario, en 2020 la vigilancia digital facilitó mucho el seguimiento y la localización de los vectores de la enfermedad, con lo que la cuarentena pudo ser más selectiva y eficaz”, argumentó.
La humanidad se retiró al mundo virtual, porque el mundo material era inhabitable hasta el control del virus letal, y mucho de la vida continuó de manera digital. E internet no colapsó, a diferencia de lo que hubiera sucedido si de pronto el tránsito sobre un puente físico se multiplicara monstruosamente. En la trinchera quedaron médicos y enfermeros, trabajadores esenciales del comercio minorista y de la seguridad, y los repartidores que se convirtieron en “la delgada línea roja que mantuvo viva la civilización”, como los calificó Harari.
¿Por qué las políticas públicas resultaron tan ineficaces?
Con todo, el año del COVID-19 expuso una limitación del poder científico y tecnológico: ninguno tiene el alcance para reemplazar a la política. “A la hora de decidir una política pública, tenemos que tomar en cuenta muchos intereses y valores, y dado que no hay una manera científica de determinar cuáles intereses y valores son más importantes, no hay una manera científica de decidir qué deberíamos hacer”, planteó el artículo.
“Por ejemplo, al decidir si se impone un confinamiento no alcanza con preguntar: ¿Cuánta gente se enfermará de COVID-19 si no imponemos el confinamiento?’. También deberíamos preguntar: ‘¿Cuánta gente sufrirá depresión si imponemos el confinamiento? ¿Cuánta gente recibirá una mala nutrición? ¿Cuántos se quedarán sin escuela o perderán sus trabajos? ¿Cuántos serán golpeados o asesinados por sus parejas?’”.
Haber contado con las herramientas científicas para enfrentar el coronavirus fue solo una parte de la ecuación, porque las medidas como el distanciamiento social generaron un alto costo económico y emocional. Eso fue un peso accesorio a la carga que la pandemia puso sobre los hombros de los dirigentes mundiales.
“Lamentablemente, demasiados políticos no han estado a la altura de esta responsabilidad” “Por ejemplo, los presidentes populistas de los Estados Unidos y de Brasil minimizaron el peligro, se negaron a hacer caso a los expertos y en cambio impulsaron teorías conspirativas”, ilustró. “No crearon un plan de acción federal sensato y sabotearon los intentos por detener la pandemia de las autoridades de los estados y los municipios. La negligencia y la irresponsabilidad de los gobiernos de [Donald] Trump y [Jair] Bolsonaro han provocado cientos de miles de muertes evitables”.
La principal diferencia entre el éxito científico y el fracaso político que señaló el autor de Sapiens es la cooperación. Mientras que los científicos del mundo compartieron información libremente y trabajaron juntos en beneficio de la investigación en general, “los políticos no consiguieron crear una alianza internacional contra el virus y acordar un plan global”.
Así, los primeros meses de 2020 se parecieron a “mirar un accidente en cámara lenta”: la ola de contagios y muertes avanzó desde Asia hasta Europa y luego a América, sin que una coordinación global de liderazgos impidiera que la catástrofe se tragara al mundo.
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