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Zulema Manrique / Bioeconomía, biodiversidad y sostenibilidad

Un vínculo indisociable

Un volumen significativo de residuos orgánicos fluye a través del medio urbano y del sector agroalimentario. Esta realidad genera grandes oportunidades para captar valor en forma de energía, nutrientes y materiales incorporados en estos flujos, y evitar que sean desperdiciados en forma de vertidos, incineración o depósito en vertederos, en lugar de ser reincorporados como recursos a los ciclos productivos.


Según estudios llevados a cabo por la Fundación Ellen MacArthur, cada año, la población genera alrededor de 13,000 millones de toneladas de biomasa en todo el mundo para utilizarla como alimento, energía y materiales diversos. Esta biomasa fluye a través de lo que se conoce como «bioeconomía». Las actividades relacionadas con la agricultura, silvicultura y pesca forman parte de la etapa primaria; la transformación de comida, la fabricación de textiles y la biotecnología constituyen la etapa de procesamiento; y la venta al por menor y la gestión de recursos representan la etapa de consumo.


Los residuos orgánicos originados en la agricultura, la silvicultura, o contenidos en la fracción orgánica de los flujos de residuos sólidos urbanos y de las aguas residuales que fluyen a través de los sistemas de alcantarillado, son habitualmente considerados como un problema, tanto en términos económicos como ambientales.


Sin embargo, esta situación puede revertirse mediante el diseño de sistemas de recuperación y procesamiento más efectivos, orientados a convertir los residuos orgánicos y la biomasa en una fuente de valor, y restaurar por esta vía el capital natural.


Las ciudades desempeñan un papel importante a la hora de abordar los desafíos y oportunidades en la bioeconomía. Como mayores concentradores de materiales y nutrientes, las ciudades concentran insumos como alimentos procedentes de las zonas rurales en los espacios urbanos. Hoy, casi ninguno de estos materiales regresa a la biosfera, lo que significa que los suelos rurales se están degradando y cada vez dependen más de fertilizantes sintéticos, lo que también provoca desequilibrios de nutrientes.


Por su parte, los sectores agroalimentario y forestal, que basan gran parte de su actividad en la explotación del recurso “suelo”, están llamados a hacer uso de habilidades novedosas en la utilización del medio ambiente sin provocar su deterioro.


Las personas sienten la necesidad de espacios abiertos para el ocio, el recreo y la diversión, y para ello miran hacia la misma tierra que produce sus alimentos. De allí que el uso múltiple de la tierra, a medida que ésta se constituye en recurso escaso, es uno de los principales puntos a considerar desde el punto de vista de la planificación del territorio. Este es el principio fundamental de la sostenibilidad, que solo puede ser garantizada mediante la estabilidad y la capacidad de resiliencia que le confiere la biodiversidad.


La participación de la bioeconomía en la economía global y en el aseguramiento de la sostenibilidad integral es mucho mayor en los mercados emergentes, donde se prevé que tendrá lugar el mayor crecimiento del consumo per cápita. En este contexto, el volumen de biomasa que fluye a través de la economía crecerá, ya que se estima que se deberá aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050 para hacer frente a la demanda ocasionada por el aumento de la población mundial.


Implantar adecuadas técnicas de gestión forestal, a la vez que se toman medidas para evitar la deforestación y los incendios en los boques, constituyen opciones básicas para compensar y aminorar la generación de las emisiones de gases de efecto invernadero que conducen al calentamiento global. La deforestación no tiene solamente un impacto directo en entornos locales, sino que genera efectos adversos en todo el planeta. Los árboles tienen la virtud de transformar el CO2 en oxígeno, y es precisamente el CO2 el gas que más se emite como consecuencia de los métodos exagerados de producción y consumo empleados desde el inicio de la revolución industrial. Si en lugar de cuidar los bosques se destruyen, la concentración de este gas en la atmósfera será cada vez mayor.


Los ecosistemas generados por la agricultura extensiva son inestables, vulnerables, no son autosuficientes ni propician la biodiversidad ni un entorno sostenible. Los beneficios que aportan al hombre deben considerarse en justa proporción con la utilización de los recursos naturales y el equilibrio ambiental universal. Los ecosistemas naturales, como parques naturales o similares, son de gran valor, no sólo por su contribución al bienestar de la sociedad y a la salvaguarda del medio ambiente, sino también como fuente de información para la investigación y la conservación de la biodiversidad.


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