A estas alturas resulta fetichista hablar de COVID-19, pero si no fuese por su estela de muerte, su llegada al Perú no sería aterradora, ya que, desde la impronta del gobierno por atomizar el país en centros de aislamiento y la creación de un bono de 380 soles, podemos asegurar encontrarnos frente a un cambio global obligados a manejar.
La agenda anticorrupción ya no es lo más importante, y corresponde ser muy inteligentes en ver el problema como una oportunidad de mejora en nuestra sociedad. De igual forma, la ciudadanía, concepto que resulta decorativo para las nuevas generaciones, pues no puede dirigirse legalmente de manera digital a un organismo público, y esperar un trato justo en la resolución de sus asuntos, podría encontrar su propio camino de solución en menos tiempo de lo pensado, pero generando una serie de conflictos como los mas jóvenes.
En ese sentido, una piedra angular resulta ser el funcionario público, aquel decisor capaz de entender que está frente a una ventana de oportunidad por donde puede conseguir transformar las viejas ineptitudes estatales, por medio de nuevas formas de interacción ciudadana a través de la tecnología, tal como el sistema nervioso supervisa funciones y se comunica con nuestros órganos, el funcionario decisor es en este momento el que debe acortar la distancia entre Estado y sociedad de manera exponencial como nunca antes se había hecho y más rápido de lo que avanza el virus.
El reto es grande, pues en todo el país hay agentes como el COVID-19, que se aferran al corpus de un Estado viejo y secular de casi 200 años, cuya defunción es inevitable. Es decir, haber sido capaz de reconocer derechos y entregar 380 soles al pueblo está muy bien, sin embargo, no encontrar un medio eficaz para dárselo usando la tecnología y fuera de ello, exponerlo a la pandemia haciendo inmensas colas, es una tarea poco profesional.
Hemos visto en pasajes de la historia mundial como las naciones pueden sobreponerse a este tipo de crisis, por lo que surge una pregunta ¿Esta pandemia ayudará a conocer nuestra realidad? Los aforismos nos dicen que sí, pues para que una sociedad tenga la posibilidad de gobernarse en democracia es necesario que los actores sociales se conecten y participen en las tareas de gobierno a todo nivel, en un amplio marco multicultural que permita al Estado leer los niveles en que se encuentran, y apuntar ahí con servicios básicos oportunos, que satisfagan sus demandas con pluralidad. Dicho en otras palabras, tenía que llegar COVID-19 para saber que las reformas digitales propuestas pero inconclusas, son necesarias: TeleSalud, TeleEducación, TeleTrabajo y todas las “teles” son ahora viables, y deben ser implementadas dentro de los pliegos del Estado por la masa que existe en el Perú de tecnólogos computacionales que esperan tener esa oportunidad.
Para ello planteamos 3 pasos:
Primero: Recoger del pasado y presente epistemes indelebles, es decir reconocer nuestra multiculturalidad sin temor de extirpar anglicismos e insertar vocablos quechuas, aimaras, amazónicos u otros que amplifican al alcance del Estado cuando se comunica con el ciudadano, mediante la deconstrucción del lenguaje de sus normas y sistemas.
Segundo: Actualizar el orden legal para el ingreso y extracción de datos en nube, a fin de utilizarlos y producir conocimiento orientado al cambio cultural dentro y fuera del Estado; y
Tercero: Inocular en la burocracia profesional, aquella que cumple labores decisionales, el virus computacional o de la cuarta revolución industrial. Solo así se estimulará el uso de herramientas digitales, en un escenario de rescate económico que exige cada vez más ciencia, tecnología e innovación donde nada es irreversible y podemos empezar hoy.
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