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PRODIGIO Perú / Hacia un nuevo país luego de la pandemia (1 de 3)

Una propuesta de Carlos Ginocchio Celi, Luis Ginocchio Balcázar, y Juan Risi Carbone


Los procesos de cambio que gestaron el país de ciudades, que es hoy el Perú, comenzaron hace algunas décadas. La migración hacia los centros poblados, sobre todo de la costa, tiene más de setenta años. Sin detenerse año tras año, a la fecha el proceso deja ver sus debilidades en las miles de banderas blancas, ondeando en los techos de los asentamientos humanos de Lima, en silenciosa pero decidida señal de hambre y protesta. Muchos no tienen ni la facilidad ni los recursos para cumplir con el “yo me quedo en casa” y luego de varias semanas de confinamiento han optado por salir a buscar ingresos para subsistir como lo hacen siempre: de una manera informal, de bajo costo, sin ataduras y exigencias que ellos no podrían pagar.


Es una clara señal que el rezago rural tiene altos costos para el país. El campo empezó a expulsar a pobladores rurales a las ciudades en busca de los servicios ausentes o escasos en sus lugares de origen. Las grandes migraciones se iniciaron en la década de 1950 dando origen a las primeras barriadas, posteriormente denominadas pueblos jóvenes por el gobierno del general Juan Velasco. Se intentó por diversos medios dotar a aquellos con servicios de agua y electricidad, pero si bien se mejoró la cobertura ésta aún tiene un enorme rezago cuya superación requerirá decisión política y creatividad para un sistema de agua y desagüe asequible.


La industria y el aparato productivo nacional no pudieron crear las fuentes de trabajo urbanas que absorbieran la marea humana que se desplazó del campo a las ciudades peruanas. La situación se agravó con la violencia que sufrió el país a partir de 1980 en la que, gran parte de la población rural, se vio a atrapada en medio de una cruenta guerra, creciendo aún más la migración hacia las ciudades.


Gran parte de esa migración engrosó el sector calificado como informal, con negocios que en su mayoría eran de pequeña escala y reducida productividad, que dieron fama a la actitud emprendedora de los peruanos. Se formalizó parte de este sector que constituyeron micro y pequeñas empresas, denominadas Mypes. De esa forma muchos connacionales provenientes del interior del país que migraron a Lima y otras grandes ciudades, se convirtieron en pequeños empresarios. Muestras destacadas se aprecian en el emporio textil y de confecciones de Gamarra, en el conglomerado de muebles de Villa El Salvador y el sector calzado en las zonas capitalinas de Caquetá y Zarumilla y Trujillo en La Libertad.


Otros sectores que empiezan a vislumbrar posibilidades de desarrollo, son las bodegas (414,000 en el Perú), que junto a los mercados constituyen el sector tradicional del comercio; las artesanías, que, aunque no logran una presencia importante en la exportación, tienen futuro; y la gastronomía, con su potencial de impulsar la demanda de productos nativos frescos y procesados del país dentro y fuera de nuestras fronteras.


En la década de 1990, con la subversión controlada casi en su totalidad, se inicia una apertura económica a ultranza y con débil planificación, buscando hacer más competitiva la economía del país y entregándonos a una supuesta economía de mercado, que nunca llegó. Esto debido a la permisividad ante prácticas oligopólicas y hasta monopolios, la ausencia de protocolos efectivos de defensa del consumidor, y la desestimación de políticas e instituciones para el desarrollo y articulación a los mercados de consumo de los pequeños productores, en especial, de los agricultores familiares incluyendo a los artesanos alimentarios rurales.


Eso nos llevó a una situación en la que varios sectores de nuestra economía, sobre todo el agrario y parte del industrial, no se encontraban en condiciones de competir. Y previsiblemente, algunos colapsaron o fueron absorbidos por compañías de mayor peso y dimensión. Otros, empezaron un largo continuo de marginalidad y subsistencia. Luego llega el alza de los precios de los minerales y el considerable crecimiento de la agricultura intensiva en capital y alta productividad, que envía sus cosechas mayoritariamente al extranjero generando divisas y empleo; y se empezó a hablar del milagro peruano.


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