Una propuesta de Carlos Ginocchio Celi, Luis Ginocchio Balcázar, y Juan Risi Carbone
Se firmaron tratados de libre comercio que abrieron mercados a nuestros productos en muchos países, celebrando que nos convertimos en el segundo exportador mundial de cobre, en el primer exportador de oro en América Latina, y entre los primeros de plata, zinc y otros. Sumado a ello nuestros productos de la agricultura exportadora alcanzaron muchos mercados, estando en la actualidad como primeros exportadores de alcachofas, arándanos, espárragos, palta y uva. Las cifras macroeconómicas muestran un crecimiento sostenido de la economía y una reducción de la pobreza de 55% a 22% a nivel nacional, aunque se mantiene un nivel preocupante de 40% en el sector rural. De alguna manera, en el agro familiar creció la colocación de créditos pues en el 2000, sólo había 10 mil créditos (hoy superan los 250 mil), aunque en porcentaje esa cifra no llega al 5% de los agricultores familiares.
Paralelamente, se inició una tendencia a considerar el desarrollo en base al crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno). Lamentablemente, como afirmaba el político estadunidense Robert Kennedy: “El PBI mide todo menos lo importante, la salud y la educación”. Agregaríamos, el empleo, pues en el sector agrario se desenvuelve 25% de nuestra Población Económicamente Activa (PEA).
La crisis generada por la pandemia del coronavirus ha desnudado con crudeza inédita las carencias de institucionalidad, algo que el crecimiento nunca tuvo en cuenta y las falencias en un sistema que olvidó que para construir un país con bases sólidas se tiene que generar empleo formal, así como contar con servicios públicos dignos en especial en educación, salud, electricidad, vivienda, agua y saneamiento.
Si bien se ha mantenido la disciplina fiscal y se cuenta con reservas que permitirán paliar la crisis, lo cual es importante, el Perú está constituido en casi todos sus sectores por componentes pequeños, los que en Corea del Sur fueron la base de su desarrollo; pero aquí, al no estar produciendo, se han vuelto en poco tiempo grupos empobrecidos, toda una prueba para las dirigencias de un país que desea reconvertir su economía. Si los dirigentes no se han dado cuenta aún, estas situaciones están poniendo al país al alcance de aventureros, sin planes viables y con promesas no sostenibles de llegar al poder, y que podrían desandar los avances positivos capitalizados con mucho sacrificio y visión.
En las zonas rurales la situación no es diferente. Si bien las cifras de la agricultura de exportación superan los 8 mil millones de dólares anuales, estas representan tan sólo el 1% de nuestras unidades agropecuarias, mientras que 55% de las unidades agropecuarias son de subsistencia, es decir que sus cosechas no llegan al mercado y solo les ayudan a sobrevivir.
El modelo exportador peruano, incluyendo las agro exportaciones, se basa en una balanza comercial positiva, de manera que con lo que generan las exportaciones se pueda importar lo necesario y acumular reservas. Pero, en el caso del campo, si se importan alimentos, muchos más agricultores engrosarían las filas de la pobreza. La crisis actual ha desnudado también la dependencia alimentaria del país al trigo importado (prácticamente se importa 100% para pan y fideos), 80% de oleaginosas, 70% del maíz amarillo duro para pollos y cerdos y la mayor parte del algodón que se procesa en el país viene de fuera. Mano de obra extranjera a la que damos empleo mientras nuestro agro más empobrecido, el de los Andes, languidece.
Comments