Similitudes del centenario y bicentenario, con relojes de oro, gasto público desbocado y celebraciones por las patas de los caballos
En la fotografía de época se ve a un pequeño niño asustado a los pies del caballo de San Martín. ¿Cómo llegó allí?, pues por su inocencia y proactividad, fue llamado a subir al monumento del libertador, con la finalidad de desenredar la tela que no permitía develar la estatua. Luego de su gran esfuerzo, logró destapar la escultura (que es la obra de nada menos que un español: Mariano Benlliure), quedando el pequeño Cipriano Artidoro Cossio, abandonado al pie del caballo por el resto de la ceremonia.
Así comenzaron las celebraciones centrales del llamado “primer centenario de la república”, con una “patria nueva” que Leguía impulsó a punta de empréstitos (deuda externa), realizadas al caballazo en aras de la modernidad, olvidando a los vulnerables, dejándolos como casi todos los gobiernos precedentes y subsiguientes, por “las patas de los caballos” (igual que el niño de la imagen). Como si le faltara algo más a esta postal, la frivolidad de su gobierno quedó registrado para la posteridad, cuando luego de ser difícilmente rescatado por los bomberos voluntarios, el humilde Cipriano recibió un reloj Longines de oro de la casa Welch, inadecuada recompensa para un niño inocente, con hambre y ganas de hacer patria con su propio esfuerzo.
A principios de siglo 20 nadie hablaba del centenario de la república (sí con minúsculas), había mil problemas que solucionar antes que celebrar, estábamos saliendo de una “megacrisis”, la de la guerra con Chile y también de las guerras civiles posteriores que caudillos impulsaron para disputarse el gobierno. Esas primeras décadas fueron de reconstrucción nacional. En ese ambiente convulsionado llegó Leguía a gobernar, dio golpe, cambió la constitución, “modernizó” al país y se quedó 11 años (cualquier parecido reconocible, usted es el loco).
El presidente José Pardo, que antecedió su segundo gobierno, se caracterizó por el respeto a la ley y a la Constitución y ser celoso guardián de la Hacienda Pública (Dinero del Estado), por ello, si Leguía quería lograr sus metas de gasto hacia la “Patria Nueva”, tenía que ir en contra de estos candados, sobre todo buscar una buena razón para sustentar el inmenso gasto en obras públicas que impulsó en el oncenio. Encontró la excusa perfecta en la celebración del primer centenario.
Pero ¿centenario de qué?, por esa fecha no existía ninguna remembranza al Libertador San Martín, ni a sus acciones realizadas entre 1820 y 1821, sino más bien el recuerdo libertario estaba en manos de Bolívar y los defensores del Callao (1824-1866). No obstante, aún persistía el problema de “las cautivas” (Tacna y Arica), y por ello, dada la vigencia del conflicto con Chile, se necesitaba un acercamiento con sus países vecinos; y eso hizo, se acercó a Bolivia y a Argentina, renovando los tratados de amistad y defensa. El acercamiento con Argentina se conceptuó entre otras cosas en el reconocimiento de San Martín como el argentino libertador; no por casualidad en el monumento de la plaza San Martín hay un soldado peruano y uno argentino. En la actualidad hay en Lima un solo monumento a San Martín y tres a Bolívar.
Algo de historia para entender:
El 28 de julio de 1821 es sólo la conmemoración de un verso declarativo. El acta fue firmada días antes, el15 de julio por 193 nobles y 9,600 comunes; la mitad de la población de la ciudad de Lima durante la visita de San Martín; algo así como los discursos de bienvenida presidenciales, los planes sectoriales, planes de competitividad y planes de gobierno que tenemos hoy: letra muerta. Quizá por eso somos mediocres como país desde el inicio. Duro pero cierto, los mediocres celebran planes y no celebran logros.
La capitulación de Ayacucho, fue la primera firma que reconoce la emancipación de Perú, fue suscrita por el plenipotenciario español Canterac el 9 de diciembre de 1824 y ratificada en mejor caligrafía al día siguiente en Quinua; semanas después, en enero 1825 todos los exgobernantes españoles y sus allegados dejaban nuestro territorio desde el Callao; quizá esa primera meta lograda deberíamos celebrar.
La historia es buena en mano de buenos historiadores, pero es mucho mejor cuando se obtiene desde las fuentes primarias, desde sus propios actores. En ese sentido, el primer Congreso Constituyente, primera representación peruana libre, establece el 12 de febrero de 1825, la colocación de un monumento a Simón Bolívar (Ojo, no a San Martín), redactando lo siguiente en la primera constitución:
“Art.2.- «Se erigirá en la plaza de la Constitución un monumento con la estatua ecuestre del Libertador, que perpetúe la memoria de los heroicos hechos con que ha dado la paz y la libertad al Perú».”
Los hechos a los que se refieren los primeros peruanos libres, son los hechos innegables que lograron la verdadera meta libertadora, la capitulación española en Ayacucho en diciembre 1824 y su salida definitiva desde el Callao en enero1825.
El segundo monumento conmemorativo a la independencia fue erigido e inaugurado 49 años después, con la presencia de notables de todos los países americanos libres, el 28 de julio de 1874, la Plaza 2 de mayo. En su inauguración estuvieron presentes nada menos que nuestros ilustres “más ilustres”: Grau, Bolognesi, los hijos del Chileno Bernardo O'Higgins (que hizo del Perú su patria luego de la gesta libertadora), Ricardo Palma, entre otros; y en el discurso de inauguración se reza al eterno lo siguiente: “A los defensores del Perú y de América que renovando las glorias de la independencia rechazaron la invasión española y sellaron la unión americana en el Callao el dos de mayo de 1866”, me queda claro que ellos reconocían la importancia del logro por sobre los planes.
El monumento al 2 de mayo de 1866 es un grito claro que, unidos todos frente a la adversidad, podemos cumplir cualquier meta por imposible que parezca. No por nada, este monumento es el más grande, el más bonito, condecorado en París antes de llegar a nuestro país. Este monumento fue construido en el único camino que unía Lima y el Callao en ese año; en aquel camino que en el lejano enero de 1825 peruanos satisfechos vimos a través de nubes de polvo, las espaldas alejándose de los ex gobernantes derrotados.
Centenario como excusa de gasto público del oncenio
Celebrar el centenario en 1921 era la excusa perfecta para el gasto programado de Leguía, y eso implicaba reconocer el rol de San Martín como libertador. La relación mejorada de Leguía con Argentina era la clave, y se basó claramente en su amistad con el Presidente de Argentina Roque Sáenz Peña, que fue excombatiente de Arica en 1880 y el único sobreviviente del “cuarto de la respuesta” (los que presenciaron las palabras “del último cartucho”); fue presidente de Argentina entre 1910-14 y coincidió en la presidencia con el primer gobierno de Leguía entre 1910-12.
San Martín hizo un efímero paso por Lima. Ustedes concordarán conmigo en lo declarativo de su independencia, pues mientras él la recitaba en cuatro lugares distintos de Lima (Plaza de Armas, Plazuela de La Merced, Convento de los Descalzos y Plaza de la Inquisición), el Virrey La Serna seguía siendo dueño del Callao (poblado, puerto y castillos) y las haciendas entre el valle de Chillón y Rímac. San Martín empieza a ser recordado a partir de 1905, luego de la visita de Roque Sáenz Peña a Lima por motivo de inauguración del monumento a Bolognesi. En 1906 se erigió el primer monumento a San Martín en la plazuela de la exposición, actual emplazamiento del monumento a Grau, frente al paseo Colón, que algunos años tuvo el nombre de avenida 9 de diciembre (fecha de la capitulación española en Ayacucho, 1824).
Como destacamos líneas arriba, Leguía regresa a gobernar en 1919, ya con la idea clave del centenario y de la “Patria Nueva”, bajo cuya excusa gasta los exiguos recursos conseguidos con mucho esfuerzo en las dos décadas previas y endeuda al país a niveles altos. Durante ese gobierno de 11 años, inauguró el monumento a San Martín de la plaza del mismo nombre, el 28 de julio de 1921, festividades del centenario que pusieron a Perú en el radar internacional de principios de siglo, alrededor de la estatua ecuestre, que construyó “cuestre lo que cuestre”.
Lo anecdótico de los monumentos de San Martín en Perú, es que para que Roque Sáenz Peña recibiera un premio póstumo, se removió el pequeño monumento a San Martin de la plazuela de la exposición donde se instaló en 1906, para ponerlo en Barranco en 1922, relevando el nombre del parque que lo rodea, y dedicando todo el conjunto a la gloria de Roque Sáenz Peña; parque al que se llega por la calle San Martín de Barranco (¿risas?).
Hoy la excusa de gasto público ya no será más el bicentenario, que debió ser la oportunidad para plantear y alcanzar logros como país y no llegar más pobres, débiles y anárquicos que en el período 1821-1826.
¿Qué celebramos entonces?
Quizá Perú debió festejar su bicentenario a fines de 1970, dos siglos después de una serie de revueltas, siendo las más importantes las de Urubamba, La Paz, Arequipa y Cuzco. Recordemos que esta “movida bicentenaria” que se viene festejando en América se basa en los 200 años de los gritos de independencia y no de la consumación de la misma. Pero los años 70s no eran para celebrar con una américa en su mayoría militarizada desde arriba hacia abajo.
El bicentenario reconocido por los plenipotenciarios de la corona española fue consumado el 9 de diciembre de 1824, que corresponde a la firma de la capitulación; si decidimos por esa fecha más coherente, ¿hay algo que celebrar?; si bien liberados del yugo español, de salto en salto, estos 200 años hemos sido sometidos al yugo de oportunistas y malos gestores, que no pierden la vista en la hora de sus vistosos relojes, para decir que no nos mienten, aunque la nariz les cambie.
Finalmente, si consideramos que debemos celebrara la plena consumación libertadora, sin más intentos restauradores colonialistas en las américas y el Perú, aún nos faltarían 42 años, pues América quedó totalmente libre de España el 2 de mayo de 1866. Tenemos tiempo aún de llegar a un verdadero bicentenario con nuevos bríos, a trote suave de buen caballo de paso peruano, y no una vez más por la pata de los caballos.
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