La oferta de parís a los pobres del continente 1492.
Cada vez que me empeño en transparentar mis más profundos sentimientos en favor de algún pretexto, o una línea conductora que afirme un poco más alguna visión positiva en las acciones que realizan personajes con influencia a escala planetaria con capacidad económica y materiales suficientes para crear impacto en la vida de los habitantes de este planeta, no dejo de sentirme agobiado. En otras palabras, digamos bastante extraño con respecto a las emociones a flor de piel, por decir lo menos.
Nada encuentra razón para una exaltación de la condición humana y reseñar la historia sería banal, apostar al presente y comentarlo no tiene sentido, y deslizar la imaginación hacia un futuro proyectado más allá de la escala de la razón humana como resolución maravillosa a la capacidad del propio ser humano se transforma tal vez en el único camino apreciable, y por momentos, aceptable dentro de mi humanidad con respecto a la seriedad de intenciones en otros seres humanos.
Pero sigo siendo incrédulo, invulnerable a las batallas que se brindan en las palabras y la mercadotecnia pacificadora que nos circunda por las redes sociales. No sé dónde, en que parte o en qué momento en el camino de los últimos 20 años se muere la condición de afecto a la humanidad. Supongo que me sentí engañado en algún momento que desperté, y dejé de creer como lo hacía aquel joven que era el más entusiasta de los defensores y progresista de su entorno, el hacedor de marchas reivindicativas, el historiador de los jinetes del apocalipsis, el defensor de los pobres y de los desprotegidos. Algo o una mezcla de algos se aglutina y desliza involuntariamente dentro de los poros de la piel para convertirme en un ser indiferente, frío, mezquino, insensible e intolerante con las presentaciones de “Buena Voluntad”, de las personas o de las instituciones.
Hacia 1798 Napoleón Bonaparte comenzó a tener notoriedad en la América hispana debido a la circulación de pequeñas noticias que referían sus hazañas durante las campañas de sus ejércitos en Italia y, en menor medida, en las campañas de Egipto. Pero fue hacia 1805, gracias a las noticias publicadas a instancia de Juan López Cancelada en la Gazeta de México y de Carlos María de Bustamante, en el Diario de México, que el recién consagrado como emperador de los franceses fue percibido como un gran estratega e inspirador héroe, infundido en los portentosos ejemplos de Julio César y Alejandro Magno, y que asistía a su aliada España en la lucha contra el ambicioso expansionismo de la Gran Bretaña. En este entorno de cosas la República francesa entabló un tratado de paz y alianza con la Monarquía española –representada por el influyente Manuel Godoy, para entonces conocido por el título de Príncipe de la Paz– en contra de la Gran Bretaña, que pretendía hacerse de las rutas marítimas y el comercio libre con América y otros territorios de Europa, algo a todas luces intolerable.
Esta costosa paz, concebida luego de la revolución en 1789 (Francia), atrajo nuevamente la simpatía de un variado conglomerado hispanoamericano respecto a las costumbres, modas y lecturas que llegaban desde París, (Léase OEA, CEPAL, BID). Empero, muchas otras lo han considerado irreligiosa y hasta sospechosa esta antinatural amistad, me incluyo en ellas.
En el mes de noviembre de 2022 se llevará a cabo el evento anual del Foro de la Paz de París, (nacido en 2018 por iniciativa del presidente de Francia, Emmanuel Macron, en el marco de la conmemoración del centenario del armisticio de la Primera Guerra Mundial) y el cual plantea en esta edición temas tan diversos que van desde los derechos civiles en las guerras, desarrollo económico para el “Sur”, Inteligencia Artificial, Tráfico de obras de arte y protección a los patrimonios culturales, desarrollo de políticas feministas internacionales y una colección de tópicos progresistas para la agenda 2030.
Ante este irrebatible escenario de PAZ y Justicia Social y mi convicción en la inminente miseria humana me preparo a tomar una copa de vino australiano, 13 Crímenes. Acomodo el sillón del estudio, sonorizo la música Guzheng de la atmósfera, y preparo la poca emocionalidad que me resta para recibir en las próximas semanas la aparición de los nuevos bonapartistas del siglo XXI quienes desde América Latina refugiados en los trajes de lino, y corbatas de seda de sus lujosas oficinas privadas o gubernamentales se disponen a perpetuar los muertos que dejó Napoleón en Egipto, Libia, Argelia, y México. País este último, que por cierto ha celebrado 160 años de la famosa batalla del 5 de mayo (Puebla, México 1862). Marine Le Pen, ¿Tendrías algo que contar?
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