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Martha Romero / Latinoamérica y el Caribe pueden tener una nueva oportunidad


Las ciudades son el principal motor del desarrollo económico y social, tanto en América Latina y el Caribe como en todo el mundo. Actualmente, cien ciudades representan el 40% del producto interno bruto (PIB) mundial, debido a que allí se concentran las mayores actividades económicas como son servicios, construcción, servicios bancarios, educación, comercio, “salud”, hotelería y turismo, entre otras. Los economistas habían pronosticado un aumento rápido de estas actividades por el crecimiento apurado de ciudades intermedias de China, India y América Latina.

Entre tanto, el desarrollo urbano planificado y la economía urbana de las ciudades deberían buscar la reducción de la pobreza, ya que esto conlleva mejoras en el acceso a la salud pública, a los servicios de educación y a los mercados laborales. No obstante, a pesar de contribuir al desarrollo económico y social, las ciudades tienen altos niveles de desigualdad en términos de acceso a servicios y oportunidades.

Y precisamente, esta pandemia nos está mostrando el gran sesgo que desde la planificación de las ciudades Latinoamericanas dedicada a crear diseños de ciudad desde el escritorio no conoce el territorio. Esta es una constante reiteración que hago en mis conferencias, puesto que en muchos de nuestros países se sigue haciendo ciudad a partir de los planos y no se adentra en el territorio donde existe multiplicidad de personas como de sistemas de vida urbana.

Pero este no es un tema nuevo, ocasionalmente se habla del desarrollo de nuestras ciudades, pero no se habla de desarrollo rural, como tampoco se hace nada por impedir la pobreza urbana de los territorios y las personas. Como consecuencia de esto es lo que precisamente estamos viendo hoy, una pandemia sin precedentes en la “modernidad” imprevista de acciones, que convulsiona los modelos económicos que aparentemente eran sólidos.

Los cambios drásticos que traerá esta pandemia -Covid19- al mundo como lo conocemos, inclinará aún más las balanzas de la economía y de las ciudades hacia las desigualdades sociales generadas por el neoliberalismo impuesto con más fuerza durante los últimos 30 años y que han dado como resultado que varios de los colectivos sociales sean excluidos o tengan un acceso limitado a los beneficios de vivir en ciudades, ya sea por su condición socioeconómica, por residir en áreas de movilidad reducida o por la existencia de un entorno urbano inadecuado y con una limitada oferta de servicios públicos. Entre estos grupos, se destacan las mujeres, las personas con discapacidad, los niños y niñas pequeños y los adultos mayores, esto lo ha destacado los organismos internacionales como el Bid, sin embargo, todo queda en el papel.

La salud como derecho de todos, que antes del neoliberalismo en Latinoamérica era pública, es uno de los principales derechos vulnerados en las ciudades; mientras que se está luchando a capa y espada con el -Covid19- se desveló la imperiosa necesidad de volver a lo público y que los gobiernos tienen que repensar las maneras de hacer ciudades si suponen llegar a lo que se denominaba hasta hace un par de meses “ciudades inclusivas e inteligentes”. En este contexto Latinoamérica y el Caribe debe afrontar nuevos retos, Dios mediante, salimos de esta pandemia, pues el gran reto para construir ciudades inclusivas a partir de núcleos urbanos que promuevan el bienestar económico, social y ambiental de los ciudadanos, debe ser tarea de todos, porque dejamos a los gobernantes a su libre albedrío de tomar decisiones sin consultarnos y esto hace que la balanza esté inclinada hacia la disparidad de oportunidades en las urbes de hoy.

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