A estas alturas del desarrollo humano, el autoritarismo, la falta de libertad y el fraude electoral deberían ser considerados flagrantes violaciones de los derechos universales. También una afrenta directa a la dignidad humana. No debiera ser aceptable que un gobierno someta a una sociedad al hambre. Tampoco a la falta de trabajo o a un sistema de salud precario.
Se debe gobernar para lo contrario. Para fomentar una organización social viable, para proporcionarle bienestar y libertades a la gente, para asegurarle trabajos dignos, brindar una educación de calidad creciente y para generar una sociedad cada día más equitativa.
Lo otro es un absurdo, un contrasentido, una forma dolosa y delictiva de promover la involución, la angustia, la fragilidad, la frustración, la humillación, la desesperanza. La gente, al nacer, debe acceder a un mundo libre para poder desarrollarse con plenitud, y poder así, contribuir, desde sus vidas, al fortalecimiento de un mundo civilizado. No es dable vivir sometido a regímenes encaprichados, a las amenazas constantes de las dictaduras, o a la coerción y la pobreza.
Y esto es precisamente lo que hoy ocurre en Venezuela, un país que alguna vez fue inmensamente rico, con grandes reservas de petróleo, vastos terrenos agrícolas, ganado de calidad, importantes yacimientos de minerales, diamantes, y, sobre todo, muchas oportunidades y una alegría festiva.
La dictadura de Maduro ha destruido todo eso y con ello le ha robado la esperanza y la ilusión a su gente. Más de ocho millones de venezolanos han migrado huyendo del régimen de Maduro, buscando lo que antes Venezuela les ofrecía: trabajo, estabilidad, optimismo y protección.
Esa migración masiva no sólo es el testimonio vivo del fracaso de un régimen dictatorial sino también una tragedia humana que afecta a millones de familias. Constituye, en su conjunto, un retroceso civilizatorio en la búsqueda del bienestar humano.
Esto, obviamente, impacta en el desarrollo y en el PBI latinoamericano. Trastoca la economía de la región. Y lo que es aún peor, ha generado una diáspora que en algunos casos ha llegado a prostituirse para sobrevivir. ¿Esa es la izquierda de Maduro? Ese es el régimen de Maduro. Un gobierno que ha renunciado a los más elementales principios de convivencia social para mantenerse en el poder y destruir lo que alguna vez fue un próspero país.
Y la gente sufre, llora, se muere sin ver a sus seres queridos, huye como sea y se exilia dejando todo, viajando en bus hasta 6 días, para luego vivir como fugitivos sin papeles, limpiando parabrisas en las calles, cargando cualquier cosa, aceptando cualquier subempleo para, desde sus lugares de destino, enviar dinero a sus familiares.
El fraude electoral en Venezuela estaba anunciado. Nadie esperaba un escenario distinto. No se le permitió votar a millones de personas que están en el extranjero. Se les puso trabas burocráticas. Se impidió la candidatura de María Corina Machado. Como habrá sido la intención de fraude que el candidato de la oposición se tuvo que inscribir tres minutos antes del fin del plazo establecido a fin de evitar ser objetado.
Las elecciones venezolanas han sido una burla para todo el mundo. Todos vimos o pudimos ver por televisión el cinismo del funcionario que anunció los resultados. En términos de fraude, este ha sido el más mediático de la historia. El engaño fue visto en vivo y en directo por millones de televidentes.
Maduro, está atrapado en su propia trampa. Sabe que no saldrá bien librado. Tiene varias opciones: exiliarse, huir, entregarse o intentar perpetrarse en el poder. No puede ser feliz una persona con esas características. Es un villano, un opresor, simboliza la tragedia, la burla, la manipulación, la más completa carestía en todos los niveles. Es un hombre sin salida. Y cada día, para él, será peor. Por lo mismo intentará quedarse todos los años que pueda, pero sabe que no lo logrará, que, si no huye, será apresado.
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