No olvidemos que como lo decía John Kenneth Galbright, «la economía es una ciencia ideológica» y todos sabemos cuán lejos estaba el autor tanto de Destutt de Tracy como de Carlos Marx. Y la ideología puede ser entendida como el conjunto de ideas y creencias, predisposiciones cognoscitivas y actitudinales que expresan la conciencia social de un grupo (Armand Cuvillier).
Primera idea: la conceptuación de la política social y sus preguntas claves qué, para qué, quiénes, cómo, con qué, cuándo y dónde, nació asociada a la idea de redistribución y esta fue vista como una de las modalidades de la idea de justicia social, la distributiva, que era perfeccionada y no sustituida por la noción de equidad, tal como, efectivamente, ocurre hoy en día con la aceptación o desconocimiento de muchos. La redistribución, no el asistencialismo ni la asistencia humanitaria, que es un hecho que se impone por la naturaleza de las emergencias, siempre y cuando pasen por la decisión política porque hay muchas emergencias que nunca se atiende y que se reconocen post mortem, se orienta al «ser más, tener más y valer más» que enunciaban Louis Joseph Lebret y Francois Perroux en los Cuadernos Latinoamericanos de Economía Humana, que publicaba el CLAEH en el Uruguay desde los años cincuenta.
Esta idea central, redistributivista, se encuentra en el planteamiento o doctrina de la atención mínima básica y de la atención primaria de salud, la cual se adelantó, correctamente, a la noción en boga hoy, del desarrollo y la seguridad humanos sostenibles. En esta perspectiva, la mejor política de seguridad humana o como se la llame, es una política social redistributiva, preventiva y promocional, que supere el asistencialismo de Estado y el privado, interno o internacional.
Segunda idea: una «buena política económica» al servicio de los agentes económicos que absorben la mayor fuerza de trabajo, que producen más valor agregado, más ingresos fiscales por exportación, es la mejor base de política social porque busca maximizar los ingresos por trabajo y no la renta del capital. Detrás de este reconocimiento de los hechos económicos expresados en términos de postulados, está la idea de que los cambios en el ingreso monetario, en la propiedad de los medios de producción, de los medios de cambio, y en la educación, en favor de grupos sociales pobres, ahora además de los excluidos, y no de los ricos o súper ricos, es la medida de una buena política social. Para esto se usan distintos tipos de métodos e indicadores. Este planteamiento permite ver en qué medida las tan mentadas «políticas sociales» de mero alivio, también constituyen una suerte de «consolación ideológica» a la que se ha referido desde los años setenta Umberto Eco.
Tercera idea: el presupuesto público de una nación, región o municipio, tanto en su aspecto general como en sus partes fundamentales que lo componen, debe reflejar lo anterior y las políticas financiera, monetaria, cambiaria, crediticia, fiscal, y en particular la de endeudamiento, debe definirse y orientarse por los criterios de la primera y segunda idea. Para muchos agentes económicos que controlan las «alturas dominantes» de la economía nacional, regional o mundial, los criterios son otros y suficientemente conocidos, como los modelos o recomendaciones o políticas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y otras agencias internacionales y regionales, así como interregionales.
Cuarta idea: el porcentaje de los ingresos y medios para producir, continuando con el sentido de nuestras proposiciones, debe ser cada vez mayor para las personas que viven de su trabajo y para las zonas subordinadas a las metrópolis, que constituyen centros de demanda dominantes o polos decrecimiento, no polos de desarrollo ni de integración equitativa. En esta lógica también puede incluirse una tasa o proporción para las fronteras y grupos más pobres con mayor riesgo, asumiendo o reconociendo que las decisiones de política económica no se rigen solo por supuestas leyes puramente económicas, sino por criterios del interés nacional o sectorial en un espacio económico dado (véase Bertrand de Juvenel y Charles Lindblom, por mencionar solo dos clásicos de la segunda mitad del siglo pasado).
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