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Manuel Bernales / Democracia sostenible (1 de 2)


El término sostenible es común en las disciplinas y ciencias aplicadas al desarrollo y seguridad humanos, compatible con el cuidado de la naturaleza, lo sobreviviente de ésta en riesgo bajo agresiones y amenazas mundiales, como el cambio climático de origen no natural, que lo hubo y habrá, sino humano, después de siglos de irracional aprovechamiento como patrón dominante.


No siempre es término unívoco. Es hasta equívoco cuando se le otorga contenidos sin fundamento científico evidente o demostrable, como hacer sinónimo de sostenible únicamente lo propio de formas de producción y consumo preindustriales, varias de las cuales son rescatables en un mundo de miles de millones de habitantes viviendo cada vez más en todo tipo de ciudades, grupos concentrados en zonas litorales de todos los mares, ríos y lagos, en áreas aptas para agricultura familiar, bosques que albergan valiosa biodiversidad, y áreas de montaña susceptibles de daño irreversible.


Estas variaciones de moda desde las mega tendencias que llegaron para quedarse, recordemos La tercera ola y El cambio del poder de Alvin y Heidi Toffler, desde 1965, se han hecho virales con sus sellos y sesgos naturalistas llevados a un cuasi panteístas. También hay “vigencias” indigenistas, desconociendo evidencias del iter o ruta del genoma humano, sus mestizajes universales y sus expresiones culturales. Dichos mestizajes fueron, son y serán variaciones, valiosas, de pleno derecho a su existencia y mejoramiento humano.


No son pocas en toda la geografía humana del Planeta. Resisten el paso de los años y desde hace decenios las defiendo y las defendemos desde nuestros países hasta las Naciones Unidas y sus Agencias Especializadas, Fondos, Programas, Comisiones y Altos Comisionados, así como, inclusive, el Grupo Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.


Desde los años inmediatos previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, autores que marcaron momentos de crisis y agonía, lucha, que viene del griego agoné, respectivamente Georges Gurvicht y Branko Horvat, desde el derecho y la filosofía personalista y comunitarista el primero y desde la economía y la filosofía marxista, no leninista ni estalinista el segundo, insistieron en que la realización del ser humano en sociedad se facilita cuando existen condiciones materiales y morales apropiadas a su ser racional y complejo cuya libertad, condicionada no en abstracto, (Jean Lacroix lo sustentó en su Libertad, sus condiciones), se va expresando, pese a que épocas y circunstancias, le imponen, incluyendo lo que se “objetiva”, lo interior en su mente, ideas y creencias colectivas. En democracias contemporáneas la corrupción incluye la corruptio de saberes y valores, (como reza el viejo tango Cambalache); y esto se da en todos los sistemas económicos, sociales y políticos, no solo en las “occidentales” (UNESCO, ISSJ, 1989).


Aquí y ahora en el mundo de las post verdades, no una sola, qué va, estos principios y saberes que perduran pese a dogmas, irracionalidades, doxas por doquier, opiniones, corrientes de opinopatías y vigencia de opinocracias, tienen su lugar y oportunidad en el contemporáneo “saber para actuar”, cito al viejo Joseph Folliet, que Pierre Sané, “Pensar para la acción: una cuestión de lugar”, expuso en SHS, Ciencias Sociales y Humanas UNESCO, Newsletter, Diciembre 2005-febrero 2006, antes del Foro Internacional Nexo entre las Ciencias Sociales y Políticas, (politics y policies), Buenos Aires, Montevideo, Rosario y Córdoba, 2006.


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