Trescientos y más años de régimen colonial y previamente, en las grandes civilizaciones precolombinas, en el período del desarrollo autónomo de las sociedades en el continente americano, la base cultural, de ideas, creencias, comportamientos y actitudes en las formaciones sociales y políticas y de los estados precolombinos, era típicamente autoritaria, teocrática, centralista y burocrática.
De manera que la base cultural-histórica de nuestras sociedades abona a favor de regímenes autoritarios, centralistas, personalistas o de pequeños grupos con gran poder, vale decir, que los procesos culturales que también están en la base de la construcción de democracias y de repúblicas, no son favorables a la concepción contemporánea de democracia basada en la igualdad de todos los seres humanos, en razón de su idéntica dignidad y de comunes derechos humanos que dimanan de su condición, ya sea que se conciba dicho ser como fruto de una evolución natural o que admita una intervención divina en virtud de la fe en tal creencia.
No ha de extrañarnos, entonces, que importantes estados democráticos sean monarquías, en varias de las cuales una parte de la clase dominante, tiene privilegios estamentales que nada tienen que ver con la cultura de la democracia: Gran Bretaña o Reino Unido, España, Suecia, Dinamarca, Holanda, Noruega, Japón, cuyo régimen descansaba en la legalidad y legitimidad del Emperador por derecho divino y en representación de la divinidad en virtud de la Constitución del período Meiji, hasta la institución de las normas constitucionales laicas de posguerra, 1945, bajo el liderazgo del Gral. Douglas MacArthur!!!, responsable de las victoriosas fuerzas de ocupación que redujeron el período de guerra merced al lanzamiento de dos bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki!!!
Parte de este proceso de victoria y de constitución de nuevos regímenes es la creación de las Naciones Unidas sobre la base de una bi-polaridad, de regímenes coloniales y de las ruinas de la Sociedad de las Naciones; por otra parte y por vez primera en la historia de la humanidad, hallamos la piedra angular de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Conferencia de San Francisco en 1948).
En esta conferencia jugó un importante papel la esposa del Presidente de los Estados Unidos señora Eleanor Roosevelt, prefigurando uno de los grandes cambios demográficos, económicos, tecnológicos, culturales, políticos, éticos, morales y comunicacionales de la vida contemporánea: la emancipación de la mujer y su creciente participación y liderazgo en distintas sociedades en todo el planeta. [2]
En el marco de lo expresado, es que debe ubicarse lo siguiente:
“La democracia ha sido el sistema político por excelencia de la era moderna. Después del derrumbe del bloque socialista ha quedado, casi por completo, como la forma principal de organización del Estado y la sociedad. No obstante, desaparecidas las contradicciones externas con el sistema comunista, ha debido enfrentar sus propias contradicciones internas, entre la política y la economía, el estado y el mercado, a la vez que se produce un creciente movimiento de participación ciudadana que reclama para sí, parte de las funciones públicas y sociales, ejercidas, principalmente, a través del sistema de representación política.
(...) La acumulación de poder en ciertos estados, que a su vez son expresiones del capitalismo corporativo transnacional, la concentración de intereses económicos, financieros y políticos y la irrupción envolvente del neoliberalismo, la globalización y la idolatría del mercado, han puesto en crisis los paradigmas de la Democracia Moderna, vigentes desde el Siglo XVIII hasta nuestros días. (cursiva MEBA)
(...) La verdad es que las cuatro grandes Revoluciones Europeas forman un tejido indisoluble y constituyen lo que me atrevería a llamar una “Unidad Histórica”. La Revolución Religiosa (la Reforma Protestante), la Revolución Industrial, la Revolución Filosófica, y la aparición de la ciencia experimental (el racionalismo y el empirismo) y la Revolución Política (la Ilustración, y las Revoluciones Europeas), forman un tejido dialéctico, en el que entre las ideas y los hechos hay una interacción en la que cada uno de ellos, pensamiento y acción, es a la vez causa y efecto del otro. Así se forma la Era Moderna, al sedimentarse una situación de relativa armonía y coherencia entre idea y realidad, teoría y práctica.
(...) En el momento actual esta coherencia se ha roto y en ese hecho esencial se representa el resquebrajamiento de todo ese sistema de valores y relaciones que nacen en el Siglo XVIII y que se conoce con el nombre de Modernidad” [3]
Referencias:
[2] Ver: UNESCO: “Future scan”, 1995.
[3] “Razón, derecho y poder. Reflexiones sobre la democracia y la política” Alejandro Serrano Caldera. Editorial Hispamer. Managua, Nicaragua, 2004. pp. 7-9.
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