¿Más odios que amores?
Ganará quien logre más votos del Colegio Electoral
Los medios de comunicación y las llamadas redes sociales (de alcance mundial, regional y nacional) se ocupan cada vez más de las elecciones del próximo 3 de noviembre, en las que triunfará Trump o Biden. Salvo ocurrencia improbable, no imposible, de la que nadie ha expuesto y que está en la ley: si ninguno alcanza la mayoría de votos requeridos, la Cámara de Representantes (diputados en otras denominaciones), elige al Presidente y el Senado al Vicepresidente.
Norma típica de la arquitectura constitucional federal, cuyas Enmiendas son fruto de un complejo proceso político y legal para introducir modificaciones exigidas por importantes cambios en la sociedad estadounidense y el entorno mundial.
Estando en Nicaragua en 1984, leí un artículo de Henry Faerlie, destacado periodista conocedor de la sicología de los estadounidenses y de su sistema político, publicado en Selecciones en español en julio de dicho año. Con permiso de los académicos, voy a citarlo en vez de recurrir al profesor Dahl u otros politólogos que al parecer no se estudian como parte de los clásicos modernos o contemporáneos: “El Conde de Halifax, embajador de Inglaterra en los Estados Unidos durante los años cuarenta de este siglo, encaraba un problema: no entendía el sistema político estadounidense”.
El columnista norteamericano de asuntos políticos Walter Lipmann recuerda al respecto: “Cada vez que había elecciones, era necesario que le explicaran todo el procedimiento, una y otra vez”. En esta ocasión tocaré algunos asuntos que se puede ver in extenso desde www.usa.gov hasta www.granma.cub, pasando por grandes medios estadounidenses, europeos y asiáticos de TV, FB y publicaciones electrónicas como BBC, DW, CCTV, Sputnik, para no guiarse sólo por el odio o el amor propios o ajenos y no confundir deseos con realidad.
Ganará quien logre 270 votos o más de los 538 electores del Colegio Electoral, no quien haya obtenido más votos en general; porque hay Estados que tienen más electores y “pendulares” que también pueden decidir el resultado, como ha ocurrido cuando Trump se impuso a Hillary Clinton.
Desde abril las encuestas, muy diversas, expresión de la cuantofrenia a la que se refería Sorokin, uno de los grandes clásicos de la sociología estadounidense del siglo XX, mostraban a Biden delante del actual presidente; eso fue creciendo y en los últimos días no pocas encuestas muestran una recuperación del republicano; el historiador Allan Lichtman pronóstico que Trump perdería y muchos hicieron fiesta, otros lo ningunearon; no ha faltado información que, examinando varias fuentes, ha señalado que Trump estaba adelante por dos puntos.
Lo evidente es que hay encuestadoras que se inclinan por uno u otro candidato; también ocurre cuando se trata de las internas de cada gran partido. Las empresas que hacen estas investigaciones, en su mayoría, mostraron que Trump se condujo mejor en la segunda; pero el balance de ambas seguía en favor de Biden aunque no por mucho. La pandemia y la respuesta presidencial a la misma, mezclada con sus discursos y decisiones de política exterior, no mellaron el entusiasmo de sus seguidores a juzgar por las manifestaciones públicas y el bombardeo mediante las redes, mayor que el de Biden. Sin embargo, es evidente que una parte importante del electorado –que vota si quiere votar, pues no está obligado– se manifiesta en contra del actual mandatario más que en favor del programa de Biden.
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