La enorme desigualdad económica que vive nuestro país se ve reflejado en los reportes del INEI, que a finales del 2022, indicó que en el Perú se logró contar con 432,000 empleos más que el 2019 (pre pandemia) antes que el coronavirus provocara la pérdida del 13 % de puestos de trabajo. Sin embargo, a nivel nacional, de cada diez trabajadores, solo dos son formales, el resto de peruanos se gana la vida con empleos donde no completan una jornada laboral de 8 horas ni consiguen una remuneración mínima vital equivalente a S/ 1,025; situación que se agrava en las zonas rurales pues 9 de cada 10 personas se encuentran en la informalidad, lo que significa que son personas que no acceden a un seguro de salud, a educación de calidad, que muy probablemente no tengan un sistema de protección social.
El país está observando a la región sur levantarse en medio de una protesta valida por la atención a sus necesidades, aceptable en ese contexto; pero que está lejos de ser pacífica. Estas protestas cuentan con gente que busca generar el caos y destrucción, actuando sistemáticamente de manera violenta en lugares estratégicos de las zona sur, atacando impíamente propiedad pública y privada, tomando represalia contra aquellos que se opone a la protesta obligándolos a participar; atentando además contra la integridad de las personas, restringiendo el libre tránsito, aislando poblaciones enteras, limitando el acceso a servicios básicos como la salud, que trajo como tal por lo menos tres muertes injustificadas de pacientes que no pudieron llegar a tiempo a los establecimientos de salud para atender sus cuadros clínicos; se restringe también el acceso a alimentos, combustible, etc. perjudicando a la sociedad y, más aún, a la población con menor capacidad adquisitiva.
Los actos delincuenciales cometidos por la turba de manifestantes, nos transporta a los años de guerra interna con los grupos terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA, quienes en la misma línea atacaban sin escrúpulos a la policía, como entidad y como individuo, con los mismos actos vandálicos contra la población. En respuesta, se escuchan voces de respaldo a la Policía Nacional, demandando la intervención de las fuerzas armadas para imponer el orden público.
Nuestro país se encuentra polarizado en un escenario al que se suman las taras que nuestra sociedad mantiene en pleno siglo XXI, tales como el racismo y la consecuente censura que estigmatiza a los diversos grupos en protesta; mientras que los grupos de poder observan expectantes incapaces de tomar decisiones políticas que permitan contribuir a solucionar la crisis.
Un elemento nuevo que nos trae la tecnología además de la prensa, son las redes sociales, a partir de las cuales se difunden a diario noticias, algunas claras y otras sesgadas a gusto del consumidor, que se replica y comparte entre los cibernautas, fomentando en el colectivo más odios y rencores, exacerbando sentimientos de ira e impotencia en la población, redes astutamente manejadas por grupos de interesados en que la crisis se mantenga, empleándolas como un instrumento de poder para manejar al colectivo, agravando el problema social existente conduciendo las apreciaciones y sentimientos de la población a través de la desinformación o mala información.
Lo que pocos vemos, sin embargo, son las consecuencias económicas que toda esta crisis nos traerá a continuación, como lo escuché esta mañana: “estamos tirando alimentos en un país tan pobre como lo es Perú orillando a los peruanos que estamos saliendo de una pandemia por COVID, que hace denodados esfuerzos por salir de la pobreza, a la extrema pobreza”.
Se tienen productores que no logran colocar su producto en el mercado, transportistas que pierden tiempo y dinero que no pueden generar ingresos con su oficio, empresas que no pueden cosechar sus productos, una población que subsiste del día a día que no lo puede hacer más, sectores gravemente afectados como el turismo, que demandará de una mayor inyección de capital para su reactivación, mercados que se van perdiendo a nivel mundial producción agraria echada a perder, un sector minero improductivo. Aun no podremos decir a ciencia cierta cuanto nos va a costar como país en términos monetarios la crisis que vivimos, sin embargo, lo seguro e inevitable es que nos tocará vivir una mayor recesión seguida de una crisis por falta de alimentos a consecuencia, por ejemplo, de la nefasta campaña agraria que tenemos a falta de los fertilizantes que el gobierno de Castillo no pudo comprar, etc.
Una vez más los peruanos deberemos ser lo suficientemente creativos para poder sobrellevar las consecuencias de la crisis que nos toca hoy, encontrar la solución para afrontar el inminente incremento en el costo de vida que nos espera. El asunto es también… ¿y ahora, luego de tanto caos, quien le dice a la empresa privada que apueste de nuevo en el Perú?
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