“Si alguien me dice que he herido sus sentimientos, yo le digo: Todavía estoy esperando que me digas cuál es tu argumento”- Christopher Hitchens
Se le atribuye a Mahatma Gandhi la frase “olvidar cómo cavar la tierra y cuidar la tierra es olvidarnos de nosotros mismos" y es que arar la tierra es, desde hace unos 8 - 12 mil años, tan humano como amar, soñar o filosofar. Se afirma que para millones de agricultores y ganaderos en el mundo trabajar la tierra no solo es una forma de ganarse la vida sino es también un estilo de vida. ¿Pero es esto cierto?
La Revolución Neolítica, llamada también la Revolución Agrícola, constituye quizás uno de los eventos más influyentes en la historia humana pues marcó la transición de pequeñas bandas nómadas de cazadores-recolectores a asentamientos agrícolas más grandes y a las primeras civilizaciones. Sin embargo, aún no se comprende completamente por qué y cómo ocurrió. La teoría más comúnmente aceptada es que los recolectores se convirtieron en agricultores porque el cultivo de plantas y la crianza de animales domésticos era simplemente una mejor manera de ganarse la vida. Si fuera así, entonces la mayor revolución tecnológica jamás vista por el género humano tendría una explicación muy simple. No obstante, el Dr. Samuel Bowles del Instituto de Santa Fe (Santa Fe, Nuevo México, USA) propone una explicación alternativa (Bowles et al, PNAS, 2011 y 2013).
El Dr. Bowles calculó primero los rendimientos calóricos por hora del trabajo dedicado a la recolección de especies silvestres y al cultivo de los cereales explotados por los primeros agricultores. Para ello usó datos sobre recolectores y sobre las herramientas de los primeros agricultores abundantes en el registro etnográfico e histórico, así como evidencia arqueológica. A pesar de la considerable incertidumbre de estas estimaciones, sus resultados lo llevaron a descartar la hipótesis de que la productividad de los primeros agricultores excedía la de los recolectores del Holoceno temprano. Basado en estas evidencias, el Dr. Bowles propone que fueron factores sociales y demográficos los que pudieron haber sido claves para el surgimiento de la agricultura y su difusión (Bowles, 2011).
El crecimiento de la población después de la domesticación de los primeros cultivos es un hecho aceptado por casi todos los que estudian el origen de la agricultura. Sin embargo, existen muchas evidencias en la literatura de que los primeros agricultores eran más pequeños y menos saludables que los recolectores y cazadores. Éstas siembran muchas dudas sobre la mejora de los niveles de vida como causa de la difusión de la agricultura. Los resultados de otros autores parecen confirmar los resultados del Dr. Bowles en el sentido de que los primeros agricultores probablemente no fueron más productivos que los recolectores a los que reemplazaron sino considerablemente menos productivos. Todo lo anterior da más soporte a una explicación social antes que tecnológica sobre la Revolución Agrícola del Neolítico.
Más aún, la evidencia también es consistente con la persistencia en muchas poblaciones de “la producción de alimentos de bajo nivel” sin una transición inmediata a una dependencia total de la agricultura. Además, se sabe que la domesticación de cereales no fue un evento único sino más bien un proceso largo que se extendió por un período, según algunos, de algunas centenas de años y, según otros, de hasta cinco mil años (ej. trigo y arroz). La implicancia de todas estas evidencias es que el proceso de avance tecnológico prehistórico puede explicarse, al menos en parte, por cambios en la forma en que las personas interactuaban entre sí en lugar de una serie continua de innovaciones en la manera de que los individuos lidiaban con su entorno (Bowles, 2011).
El Dr. Bowles va aún más lejos (2013, PNAS) cuando propone que el advenimiento de la agricultura hace unos 8 - 12 mil años fue una revolución tanto cultural como tecnológica y que requirió un nuevo sistema de derechos de propiedad. El Dr. Bowles inicia su argumento asumiendo que es casi seguro que la comida se compartía pródigamente, a medida que se la adquiría, entre los cazadores-recolectores nómades del Pleistoceno tardío y Holoceno temprano. Pero un aspirante a agricultor de aquellos años habría tenido muy pocos incentivos para cultivar los cereales domesticados o en proceso de domesticación, cosecharlos, almacenarlos, cuidar de los animales, sacrificarlos, limpiarlos, etc. si es que el cultivo cosechado o la carne del animal domesticado se hubieran distribuido a otros miembros del grupo o clan. Sin embargo, los nuevos derechos de propiedad que requería la agricultura (demandas individuales sobre los productos del trabajo de uno) eran inviables porque la mayoría de los recursos móviles y dispersos de una economía basada en la caza y recolección no podían ser delimitados y defendidos de manera rentable. El rompecabezas de este Catch-22 prehistórico podría resolverse si la agricultura hubiera sido mucho más productiva que la recolección de alimentos, pero sabemos que inicialmente no lo fue (Bowles, 2013).
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