Henry Etzkowitz nos recuerda en su libro The Triple Helix: University-Industry-Government Innovation in Action que desde sus inicios en el siglo XII la misión fundamental de la universidad fue preservar el conocimiento y transmitirlo, principalmente a través de la formación de estudiantes. A inicios del siglo XIX, Wilhelm von Humboldt, basado en las ideas de Fichte y Schleiermacher, propone en Alemania un nuevo modelo de universidad que añade a su función tradicional, la docencia, una segunda función, la investigación. Por todo ello se le reconoce como el arquitecto del sistema educativo prusiano, replicado después en otros países como Estados Unidos y Japón. A partir de esta propuesta, nace en 1810 la Universidad de Berlín, como la síntesis de las ciencias y las humanidades, y se convierte rápidamente en el modelo a emular para transformar las universidades ya existentes y crear otras nuevas en toda Europa. Había nacido la universidad de investigación.
Para todo efecto práctico, para cuando nace la república peruana en 1821, el modelo emergente en Europa era el de una universidad con el mandato, o la misión fundamental, de desarrollar conocimiento científico puro con base empírica, y transmitirlo mediante la formación de estudiantes, la publicación y, secundariamente, mediante la divulgación de sus resultados. Este modelo de universidad clásico alemán nació con el apoyo comprometido del Estado que la consideraba además un instrumento de refuerzo de la identidad nacional y cultural. Este modelo nunca fue adoptado de manera explícita en el Perú.
Alvin Toffler, autor de La Tercera Ola, refiriéndose a Colombia, (pero pudo haber dicho exactamente lo mismo sobre el Perú) afirmó en una entrevista que, aquellos países que no han pasado de la primera ola agrícola a la segunda industrial, no desarrollan un nivel importante de nacionalismo, y se identifican más con su región, con su ciudad o con su pueblo que con el país. Según él, la mayoría de los países, cuando se industrializan, desarrollan un sentido de nación muy fuerte. A medida que un país entra en la tercera ola recién empieza a identificarse con el planeta, una suerte de ciudadanía global, universal. Es tentador preguntar si la universidad peruana, a semejanza de la alemana, ha contribuido materialmente a la formación de una identidad nacional y cultural o, parafraseando a Toffler, haya acelerado el establecimiento de la segunda y/o la llegada de la tercera ola. La respuesta, lamentablemente, parece ser no.
La situación actual de la universidad peruana es lamentable y vergonzosa, tanto en su versión pública como privada. Infestadas en su gran mayoría por la corrupción y el desgobierno, más de 140 universidades se dividen entre la excelencia muy relativa de un grupo muy pequeño, no mayor de diez, la mediocridad complaciente de una veintena y la pésima calidad del gran resto. A seis años de la nueva ley universitaria ninguna universidad peruana aparece entre las 500 universidades listadas en el Academic Ranking of World Universities 2020 también conocido como el Ranking de Shanghai. Se tiene que ir a una versión “consuelo” expandida del Ranking de Shanghai, dedicado exclusivamente a universidades iberoamericanas, para encontrar a las universidades peruanas listadas entre las primeras 400 de la región.
El sistema universitario peruano tiene un desafío cuesta arriba en sus hombros: revertir 200 años de atraso con respecto al modelo de la Universidad de Berlín, la universidad de investigación. Pero eso no es todo, en una próxima entrega hablaremos de un tercer mandato para las universidades que la nueva ley no llegó a tocar. ¿Esperaremos otros 200 años?
PhD Luis De Stefano Beltrán, Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia
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