Hay que escuchar a Nayib Bukele, porque en El Salvador se juega un partido aparte: no es posible que el estado sobreviva, ni que la democracia continúe una vez pasado el estado de excepción, con el contrapoder de las mafias criminales. No es posible la vida diaria y el desarrollo económico si hasta varios gobiernos antes de Bukele, y casi todos los ciudadanos pagaron cupos, solo para que no te maten. Esto no es Al Capone, aquí el enemigo es la banda criminal más sanguinaria y peligrosa del mundo.
Fundadas en Los Ángeles EEUU, entre 1980 y 1990, las maras nacen como una mafia de protección a los migrantes salvadoreños que viven en la Costa Oeste de EEUU. Al firmarse la paz en El Salvador al terminar la Guerra Civil, en 1993, las maras se multiplicaron en tierras salvadoreñas. Y se inicia un proceso de deportación masiva de los pandilleros desde EEUU. El FBI ya los consideraba un alto riesgo para la seguridad de EEUU. Los de la Mara Salvatrucha tenían 20 mil miembros. Cuando llega Bukele al poder, eran más de 70 mil, varias veces más que el pequeño ejército salvadoreño.
Hace unos días el Presidente Bukele dijo que la sociedad de El Salvador está “dejando de lado el Estado de Derecho con tal de tener seguridad”. Una encuesta de Latin Barómetro pone a El Salvador con la mayor aceptación del régimen democrático en todo América Latina, con 64%. En buena cuenta, los salvadoreños no se oponían al estado de excepción extremo impuesto por Bukele, y no consideran que ha desaparecido la democracia. Cualquier opción resulta preferible que el control casa por casa, comunidad por comunidad, impuesto por los pandilleros
Según Bukele, en la situación que vivía El Salvador, no era posible ir por una ruta de procesos judiciales, acciones policiales y militares de intensidad muy controlada, de pleno respeto a los derechos democráticos. El Estado de Excepción era indispensable. Exactamente, como en toda situación de guerra, que es evidentemente una etapa en que muchas libertades fundamentales se restringen para vencer al enemigo. Y de guerra contra el crimen se trata, sin duda alguna.
En un debate de seguridad es bueno evitar el oportunismo de subirse al carro ganador de Bukele como han hecho líderes de la derecha y del gobierno. U optar por la objeción de conciencia ultra humanista o el esquema tradicional de un gobierno democrático, condenado a ser derrotado por el crimen.
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