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Julio Schiappa Pietra / Salida sin escape

La república, en manos de Bolívar, nace corrompida, militarizada y sometida a la Gran Colombia. Contradictoriamente Simón Bolívar, un déspota anti realista, impuso un curso autoritario que debilitó el concepto republicano. Desde Bolívar fuimos una pampa y no una nación. Allí está, el origen de un país conflictivo y sin ánimo de marchar unidos. Como ahora.


Esta reflexión busca identificar, que desune al Perú y hace tan difícil un acuerdo político en estos tiempos de crisis. Dos son mis hipótesis.


Para empezar, tenemos la existencia de ese 31 por ciento de peruanos que siguen a Castillo, los ciudadanos con DNI que están excluidos por la precariedad y la informalidad. Un segmento al que pertenecen un 80 por ciento de los peruanos, y a los cuales ningún partido-ojo, ninguno-les ha propuesto una ruta de ingreso legal a la economía y a conseguir sus derechos sociales. Esos son peruanos rurales, productores urbanos precarios, habitantes únicamente territoriales del Perú. En un Apartheid sin resolución, asoman en todas las elecciones, pero nunca son plenamente representados.


Se identifican con Castillo porque se resiste al sistema y creen que algo hará por ellos. El ejemplo más claro: los mineros informales estafados por Humala y todos los demás. O los maestros rurales explotados por un estado que los trata como “arrenderis” a cargo de las lejanas escuelas rurales. Entre muchos otros peruanos, a medias, colgados de un país que no los incluye y los sume en la precariedad. La primera diferencia entonces es social y de clase.


La segunda gran contradicción tiene que ver con la manera en que el estado asume sus deberes hacia la mayoría de peruanos. Un estado básicamente urbano-residencial, que no está diseñado para el servicio al ciudadano, sino que barre para dentro. Es decir, diseñado por burócratas para gestionar obras y servicios con regiones y municipios, en circuito cerrado, adonde los beneficiarios y sus representantes son aves sin nido y sin voz. Además, la corrupción e ineficiencia hacen de este proceso, no un dialogo, sino un avispero de protestas.


Por eso resulta un error buscar salidas putchistas y rápidas, como quieren las derechas, al desalojo de un presidente deshonesto e incapaz como Castillo. Sólo una salida pacífica, ordenada y democrática impedirá la violencia y permitirá resolver la crisis actual. Suspendido o vacado, Castillo seguirá quedándose en su 31 por ciento. Ese es el gran riesgo de la situación actual que no entienden los líderes del país.


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