Comparar a Puno con Gaza puede parecer una locura y, quizás, lo es, para explicar cómo la discriminación racial, étnica y social es la bomba atómica del mundo moderno porque genera resentimiento. Y rebeliones contra un mundo muy ancho y muy ajeno.
Eso lo señala, lúcidamente, Francis Fukuyama en “Identidad”, un ensayo paradigmático para entender la globalización y sus efectos en los ciudadanos de a pie. Su teoría es que los movimientos sociales de resentimiento son el motor de la historia actual, millones de seres humanos son afectados por un proceso tan rápido de cambios por la globalización, que ni las sociedades ni los estados, y menos los individuos, tiene posibilidades de adaptarse. Los dejados atrás o de lado, protestan porque rápidamente son desplazados de sus trabajos o ubicaciones sociales por el trabajo en redes. O porque sus reivindicaciones religiosas, étnicas o territoriales, son dejadas de lado en un nuevo reparto del mundo que está en curso.
Los Aymaras y los Quechuas del Sur, probablemente se rebelan, intuyendo, como los Palestinos de Gaza, que su destino no es parte de los compromisos de cambio en el Perú y el mundo. El centralismo ha producido una regionalización que no deja el poder en las colectividades subnacionales, que sigue acaparando las decisiones económicas y de gobierno, y que no da un espacio político a mayorías informales, pobres y discriminadas.
Las sangrientas protestas de Perú, fueron singulares por la presencia de sectores andinos rurales, más vinculadas a reivindicaciones políticas, de justicia social, de identidad regional o étnica. Fueron también singulares-frente a las de Chile y Colombia-porque se dan en medio de un intento de desconocimiento del gobierno de Pedro Castillo, cuyo origen democrático en las urnas era indiscutible. Un torpe autogolpe terminó en una derrota de ese gobierno y el encarcelamiento de su líder. Pero un 30% de peruanos, siguen resilientes en no apoyar al gobierno del país y probablemente volverían a votar por un Presidente con la identidad de Castillo, quizás sin su torpeza política.
La característica más peligrosa del presente gobierno es mantener una pésima relación política con los pueblos y regiones del sur, que se traduce en un movimiento de descontento permanente. No es necesario contar las piedras que se lanzan, basta leer las encuestas.
La Intifada Andina sigue en los corazones, que solo dan menos de 80% a la líder del país, y castigan con el látigo del desprecio al peor Congreso de la historia del Perú.
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