Mi padre, un ítalo argentino de Entre Ríos Argentina, llego exilado al Perú, después de ser perseguido y encarcelado por Perón. Cuento mi experiencia, no para compararla con la de nadie, sino porque creo que tiene una singularidad que merece un libro. Empiezo por este artículo.
Tres años preso en Trelew, fue liberado por Juan Duarte, hermano de Evita que había estudiado con mi padre en el Colegio Jesuita de Buenos Aires. Vio su nombre-inconfundible- en una lista de presos políticos, hablo con su poderosa hermana y obtuvo un indulto. Juan Perón se suicidó en 1954.
Su ejemplo, después de vivir 10 años en Brasil y vagar-sin pasaporte-por todo América, me dejó un legado de amor a la libertad, a la igualdad y de odio a las dictaduras. Su librería en la Av. Larco de Miraflores fue mi centro de formación política. Allí conocí a Haya de la Torre, a Fernando Belaunde, a Carlos Malpica, Andrés Townsend, Armando Villanueva, Jorge Basadre, Mario Vargas Llosa, Manuel Scorza, entre decenas de líderes peruanos.
Además, mi padre, armaba tertulias fantásticas, después de las 9 pm, adonde caían periodistas, poetas, pintores, industriales, y algunos seres raros. Entre esos seres raros conocí a un líder de la Resistencia Francesa que camino 1,000 kilómetros desde Rusia a Francia para volver a la batalla por la liberación de su patria. Otro era un Conde y Capitán sobreviviente de la masacre de casi todos los oficiales del Ejército Polaco en la Segunda Guerra Mundial. Por último, conocí a un Capitán Manuel Ipenza, cuyo orgullo era contar como le puso su pistola en el corazón a Odría para que no se chupara durante el golpe derechista de 1948 contra Bustamante y el APRA.
Cuando la dictadura argentina de 1973 arrasó con las libertades de ese país, pasaban por Lima -destruidos y torturados- muchos hijos de amigos de mi padre y le pedían apoyo. Les armó negocios de ventas de empanadas y diversos pequeños negocios para ayudarlos a quedarse unos meses y seguir rumbo a México.
Cuando cayó la dictadura era habitual escuchar el agradecimiento personal o telefónico de los exilados que retornaban a la Argentina. Aún recuerdo, con emoción, la única vez que escuche a mi padre hablar en italiano; fue cuando escucho el enorme discurso de Alfonsín al asumir la Presidencia de la Republica. ¡Grito “Forza Argentina!”.
Su ejemplo democrático, me acompaña este Día del Padre. Como a miles, cuyos padres batallan y batallaron por amor al Perú.
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