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Juan Escobar / Sacha Reforma Agraria (1 de 3)

Sacha Reforma Agraria Versus Reforma Agraria Real

Conforme el devenir de los años, se dará una tercera, cuarta, quinta y así sucesivamente más reformas agrarias. El cambio es permanente y el agro nacional no va a escapar a ello; sin embargo, las características de los sistemas de producción entre una y otra reforma deben ser cualitativamente diferentes para denominarse como tal, si se cumplen los planes que se hayan fijado previamente. No me imagino cómo será el agro ni el consumo en el año 2100.


La Reforma Agraria instaurada por Juan Velasco Alvarado en 1969, parte del Plan Túpac Amaru, fue una reforma social y productiva cuyo mayor acento estuvo en la tarea de expropiación y redistribución de la propiedad de la tierra, así como en la reivindicación social y política del hombre del campo. Leer Redoble por Rancas (Manuel Scorza) o Tungsteno (César Vallejo) nos da una “fotografía” objetiva de cómo era la vida dolorosa y semiesclavista a la cual estaban sometidos los “indios” en las haciendas del Perú.


Sin embargo, este proceso no fue perseverante e integral; además, la inexperiencia en este tema complejo no permitió avanzar en el cierre de brechas socioeconómicas y menos en la construcción de un sistema de producción eficaz, rentable y sostenible para los pequeños productores beneficiados. A todo ello, se sumó también la presencia de otros errores conceptuales.


Una de las herencias emblemáticas de ese proceso es la SAIS Túpac Amaru, la cual posee más de 180 mil hectáreas en Junín, pero que todos los años presenta graves problemas en sus estados financieros; razón por la cual las comunidades campesinas propietarias en más de una ocasión han amenazado con invadir y dividir los predios ya que denuncian no ser beneficiarios de utilidades ni servicios.


Los 4 primeros ministros de agricultura de la era Castillo solo “esbozaron” la figura de la Segunda Reforma Agraria mediante frases grandilocuentes como “gabinete rural”, “1000 tractores”, “regulación de monopolios”, “industrialización del campo”, “créditos”, “plantas lecheras”, etc. Tampoco construyeron la visión de la propuesta ni señalaron las metas que se dejaría como resultado de la reforma en mención al término del quinquenio gubernamental, ni como contribuiría la institucionalidad agraria a lograr el cambio cualitativo que se anhela ante la pobreza incremental que asola al pequeño productor. Incluso, parece que las 24 regiones agrarias no estuvieron comprometidas en esta “gesta” por desconocimiento.


El economista Andrés Alencastre (el quinto ministro del sector de la actual gestión), sobre la base de la organización local en todos sus esquemas, levanta pertinentemente el desarrollo territorial como marco conceptual para el sector agrario: gestión de cuencas, resguardo de la biodiversidad y trabajo con atención a la pluriculturalidad, etc. No obstante, es necesario tener claro que el camino elegido es “cuesta arriba” y se debe pasar por muchos riscos y precipicios para implementar una propuesta diferente a la del pasado, que pregonaba el crecimiento económico.


En este desafío a enfrentar, uno de los problemas capitales es no tener una institucionalidad agraria adecuada ni el presupuesto estructurado para los compromisos que se van trazando, lo cual obligará a un trabajo gradual y en espiral de la nueva gestión para habilitarse de los medios necesarios; asumiendo paralelamente los retos del corto plazo (precios bajos en productos como leche, papa y camote, etc.; y precios altos en fertilizantes, transportes, etc.) y los de largo plazo (desarrollo territorial, gestión de las cuencas, etc.).


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