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Juan de Dios Guevara / Sin el campo no comemos (2 de 2) 



Si el campo no produce, la ciudad no come

 

Hoy somos unos 8 mil millones de bocas por alimentar en el mundo, de las cuales 2 mil millones tienen problemas de sobrepeso, y 800 millones de seres humanos se van a dormir sin alimentos. Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible hacia 2030 (ONU) consiste en asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente.

 

Para satisfacer esa gran demanda, se necesitará producir más alimentos con menos recursos, considerando que también necesitamos tierra dónde vivir. Esto significa, cada vez más, innovación, investigación, ciencia y tecnología.

 

Este creciente mercado global, con agricultura de precisión, la reutilización del agua, la bioenergía y el biofertilizante o la agricultura inteligente ofrecen numerosas oportunidades, lo que permitirá un uso intensivo y eficiente de los recursos, alta productividad y baja huella ambiental, y aumento de la resiliencia climática, con lo que se pretenderá mitigar riesgos.

 

Todo ello, significará, inversiones cada vez mayores y una combinación de acciones, que van desde prácticas agrícolas y ganaderas intensivas hasta el pago por servicios de los ecosistemas, la digitalización climáticamente inteligente y la adopción de tecnología.

 

Un enfoque que ofrece un gran potencial para integrar muchos de estos ángulos es la economía circular, para aprovechar una mejor gestión del suelo, el consumo de energía y agua, la gestión de residuos y la prevención de la contaminación.

 

El futuro de la agricultura está con la ciencia e innovación para así mejorar la calidad de alimentos y también la cantidad.

 

Drones que sobrevuelen hectáreas de cultivos, y envíen data a un satélite y al móvil, para que los agricultores analicen toda esta información, como un impulso de la tecnología digital de manera colaborativa para optimizar el uso de insumos, como fertilizantes y otros productos sanitarios, se verá. Pero también para reducir el consumo del agua, para mejorar la vida de los suelos, es el futuro que se nos viene.

 

Hoy un productor puede tomar fotografías a la hoja de una planta, analizar la imagen, que le mostrará qué tipo de hierba es. A futuro, la detección de malezas será más rápida y confiable en todas partes del mundo. Todo este cambio se debe iniciar con buenas prácticas agrícolas para generar mejores cadenas de valor.

 

Esas buenas prácticas, parten de la persona humana, a la que hay que crearle conciencia al productor, el actor principal, que la cadena de valor va para la conquista de los mejores mercados, y eso significa obtener certificaciones internacionales, exigentes en su obtención, por la mayor conciencia de que el cambio climático, está calentando el planeta, y por el mayor ejercicio de control, de los derechos humanos.

 

Ello significará mayor uso de lo digital, con productores trabajando una agricultura rentable y sostenible, mediante aplicaciones y prácticas agrícolas, que hace en su cultivo, desde su celular.

 

Es el mundo de hoy, en la que todo va tan rápido, que, con la Inteligencia Artificial, nadie puede predecir a ciencia cierta cómo será el trabajo dentro de unos diez años, hagamos del Valle de Chancay una cadena de valor que nos lleve de la tierra a restaurantes peruanos en toda la Cuenca del Pacífico.

 

Tecnologías que actualmente impulsan una cuarta revolución agrícola definida por la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, el big data y los drones. El internet de las cosas, por medio de sensores, facilita varios procesos. Entre otros, la gestión de información y la conexión de funciones automáticas en medio de los cultivos. Un chip en una planta podría recolectar todo tipo de información y transmitirla en tiempo real a un supermercado. Un canal de riego podría informar cuando los invernaderos no se han regado correctamente y actuar de inmediato.

 

Con la biotecnología, avanzan los desarrollos de la edición genética de los cultivos. Nuevos espacios facilitan el planteamiento de ‘fórmulas’ para usar menor cantidad de agua, nutrición y energía posible en los cultivos. Invernaderos autónomos, cultivos verticales en las ciudades y agricultura acuática son algunas de las rutas que se están explorando.

 

La agricultura digital, el blockchain para el suministro de alimentos, el mapeo de microbiomas para determinar si la comida es segura para consumir, la inteligencia artificial para detectar contaminantes de los alimentos, y transformando el reciclaje, serán tendencias a seguir.

 

Es un gran reto, por la competitividad que exige esta economía del conocimiento, para poder atender este mercado global, en dónde hay una demanda proyectada de crecimiento, y en dónde nosotros tenemos la capacidad de atenderla en parte, por microclimas y ecosistemas, propios de nuestra gran biodiversidad.

 

Esperemos que los responsables, sean capaces de dar las políticas adecuadas en el manejo sostenible de agua y suelos, en desarrollo forestal y de fauna silvestre, en la seguridad jurídica sobre la tierra, en infraestructura y tecnificación del riego, en financiamiento y seguro agrario, en innovación y tecnificación agraria, en gestión de riesgo de desastres, en desarrollo de capacidades, en reconversión productiva y diversificación, en acceso a mercados, en sanidad agraria e inocuidad agroalimentaria, en desarrollo institucional.

 

Y que los diversos actores, sector público y privado, la universidad-empresa, pongan lo mejor de sí, y así poder lograr que el agro sea un verdadero motor de nuestro desarrollo

 

Si en 200 mil hectáreas de agricultura moderna se genera 10 mil millones de dólares de exportaciones, cuanto se podría generar en todos esos más de 11 millones de hectáreas posibles de trabajar una agricultura moderna. Hagamos del Valle de Chancay un ejemplo a replicar.

 

“Si el campo no produce, la ciudad no come”


 

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