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Jorge Chávez / Una verdadera “economía social de mercado”



(Publicado previamente en Alerta Económica de MAXIMIXE)


Perú no podrá salir del atolladero económico pandémico de manera sostenible mientras su agenda económica esté constreñida a medidas cortoplacistas como aumentar el gasto público, generar empleos transitorios, repartir bonos, destrabar inversiones, aumentar la recaudación, dar vuelta a las páginas Lava Jato y Club Constructor, etc. Así como hubo un Shock Económico Estabilizador en 1990 que dio el primer empujón de crecimiento, ahora se requiere de un Shock Cultural e Institucional para dar un salto al desarrollo.


Y es que las instituciones, los valores y las creencias compartidos por la sociedad inciden en el desarrollo económico y le ponen un techo. Ya a principios del siglo pasado, Max Weber mostró cómo la revolución luterana desencadenó una ética sustentada en el ahorro y el trabajo, sin la cual hubiese sido imposible el auge del desarrollo capitalista europeo y norteamericano. Luego Antonio Gramsci, desde una perspectiva post marxista, mostró cómo a mayor concentración de poder económico mayor capacidad de quienes detentan ese poder de determinar los valores y creencias de la sociedad.


Más adelante, surgen las escuelas institucionalista y neo-institucionalista que reconocen explícitamente que el mercado en abstracto no es el principal mecanismo de asignación de recursos, sino las instituciones y -dentro de ellas- las estructuras de poder que dan especificidad a los mercados [1].


En algunos países, como el Perú, esas estructuras no permiten la germinación de un sistema de gobierno neutral que promueva el desarrollo de una verdadera economía de libre mercado, sustentada en la igualdad de oportunidades, por lo que ella queda sujeta a la acción depredadora de élites mercantilistas que gestionan el Estado para beneficio propio, a través del tráfico de influencias y diversas modalidades de corrupción.


Pero ciertamente, la gran corrupción que ocurre a nivel de las élites sería menos factible de reproducirse en el tiempo si a nivel de las masas no existiera corrupción. En otras palabras, la gran corrupción sería frenada por las grandes mayorías, dotadas de valores fundamentales como la verdad y el respeto, convertidos en práctica cotidiana y cimiento de una sociedad cívica sustentada en la confianza.


La gran corrupción requiere de un andamiaje institucional orientado al engaño, en el cual confluyen diversos actores, públicos y privados. El engaño es una forma de explotación del engañado. Se miente para utilizar a los demás, para inducir determinados comportamientos que el mentiroso considera que le benefician.


En la cúspide del engaño está el “mega lobbysta” metido a político, creador de discursos rimbombantes que camuflan arreglos bajo la mesa. El fondeo millonario de su campaña electoral por parte de grandes grupos económicos es la panacea, tanto para él como para esos grupos. La campaña electoral llega a ser así un poderoso instrumento de institucionalización de la mentira y de dominación, más efectivo incluso que la coacción física.


Sin embargo, tarde o temprano la población se da cuenta del engaño. La sucesión de engaños en la historia electoral genera una desconfianza estructural hacia toda la clase política, la que se amplifica hacia todo aquello que venga del Estado; sobre todo hacia el orden legal. Esta desconfianza induce a conductas de desobediencia o anómicas que también atrofian la confianza entre las personas. [2]


La desconfianza hacia los demás y hacia las normas puede ser analizada desde la perspectiva de las expectativas racionales [3], en el sentido de que se trata de un comportamiento de ‘equilibrio’, puesto que si uno sabe que los demás roban impunemente uno también tendría que hacerlo, sino es un tonto. Del mismo modo, la expectativa de ausencia de castigo y de justicia verdadera deviene en un factor que atrofia el desarrollo económico y social.


Sólo así puede explicarse que el norte de Italia, teniendo la misma base legal y política que el sur de Italia, haya logrado desarrollar una base institucional que le ha permitido proyectarse como una de las regiones más ricas del mundo, mientras que el sur italiano se ha mantenido persistentemente en el subdesarrollo. De hecho, el nivel de confianza de las personas en los demás es mucho mayor en el norte que en el sur de Italia; situación que persiste generaciones tras generaciones.


El economista italiano Luigi Zingales propone una revolución liberal contra la economía corrupta que prima en Italia. Afirma que quienes habían creído que la libertad y la igualdad se alcanza gracias al libre mercado, fueron decepcionados por un tipo de capitalismo que devino en mercantilismo, reproductor de injusticia y pobreza, por la falta de un sistema adecuado de defensa de la competencia y el amiguismo generalizado. [4]


El Perú es un caso parecido al de Italia y aquí también se requiere una revolución liberal auténtica; de carácter cultural, política e institucional, que restablezca una “Economía Social de Mercado” sustentada en valores y en la defensa del libre mercado. Una libertad igualitaria libre de tráficos de influencias, conflictos de intereses subterráneos, monopolios espoliadores y corrupción. Sólo así podremos aspirar a ser una sociedad más justa, más humana, inclusiva y eficiente.



[1] Véase Douglass North (1990), Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge University Press, Mass. También S. Steinmo (2001) The New Institutionalism, en B. Clark y J. Foweraker (eds.) The Encyclopedia of Democratic Thought, Londres, Routlege.


[2] Para Emile Durkheim (“El suicidio: estudio de sociología”, PUF, Paris, 1999) la anomia se caracteriza por una pérdida de valores morales, religiosos y cívicos, acompañada de sensaciones de alienación e indecisión. Lo que repercute en la destrucción y reducción del orden social.


[3] La teoría de las expectativas racionales plantea que las personas se comportan en función a predicciones sobre el futuro que no son sistemáticamente erróneas. Se parte del supuesto de que los ciudadanos aprenden de sus propios errores, por lo cual sus errores no son sistemáticos sino aleatorios.


[4] Véase Luigi Zingales (2012), A Capitalism for the People; ed. Rizzoli. También véase Raghuram G. Rajan, Luigi Zingales, Saving Capitalism from the Capitalists, Nueva York, Random House.


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