¿Por qué no somos optimistas para 2022 y 2023?
Según la última revisión macroeconómica de la consultora MAXIMIXE, el año 2022 será malo, pues el PBI crecerá 2,6% en vez del 3,1% que proyectaba en noviembre pasado y mucho menor al 4,8% que trazó como meta el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) en el Presupuesto Público 2022. El 2023 será peor, pues en el mejor de los casos el PBI crecerá 1,9%.
Si no fuera por el boom de las exportaciones de cobre, oro y plata y haber heredado la ampliación de Toromocho, el arranque productivo de Mina Justa y Quellaveco, el actual desgobierno hubiera sumergido la economía peruana en una recesión.
Digo desgobierno y no gobierno porque, si antes los ministerios eran lentos e ineficientes ahora se han vuelto Arcas de Noé sin rumbo cierto, trincheras del caos en los servicios públicos. El populismo en su máximo esplendor, jugando en pared con un Congreso clientelista, al que le apestan las políticas de estado y las reformas que urgen para encaminar el país por una senda de desarrollo.
Si hay algún mérito que reconocerle a Pedro Castillo es su perseverancia a prueba de balas. Perseverancia en el error, en la designación de personas negadas para la función pública en los más altos cargos. En su afán de utilizar el poder que le delegó la nación para prorratearlo y venderlo a cambio de votos de congresistas igual de amorales.
Por eso no hay gabinete, no hay equipo. Sólo un archipiélago de oportunistas, prontuariados e improvisados. Sólo en este contexto puede entenderse una medida como el toque de queda el 5 de abril último para Lima y Callao, decretado a medianoche del día anterior, sin previo aviso y sin razón alguna valedera. El costo de inmovilizar la actividad económica ascendió aproximadamente a S/ 1.350 millones, alrededor de 1,7 décimas del PBI.
Nos estamos acostumbrando a presenciar el espectáculo de una competencia sorda entre el gobierno y el congreso, para ver quién es más populista que el otro, para así poder mantenerse en el poder.
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