Como decía Joseph Göbbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Falsa verdad que se siembra en la mente de la gente para manipular sus ideas, actitudes, conceptos y aspiraciones, de manera que sirvan a los objetivos de sus manipuladores.
Para que exista un manipulador, debe haber ciudadanos dóciles, desinformados, vulnerables emocionalmente o indiferentes a la política. Ayuda mucho hacerse la victima frente a un sector político que la población detesta mayoritariamente. La polarización lo ayuda a restar credibilidad a toda crítica seria. Quien critica es, de por sí, un lacayo del sector político detestado por todos.
La fobia de las mayorías contra el fujimorismo es así muy útil. También lo es atraer a sectores de la izquierda criolla para que participen de la gestión gubernamental. Mejor si se le hace guiños culturales como la difusión de un cortometraje sobre el ex guerrillero Hugo Blanco. De esa manera se le quita la chispa a la protesta, aunque con riesgo de que el creciente descontento se viralice a través de desmanes, como está pasando en Tacna. Salvo algunos incautos anti izquierdistas, a la derecha económica le tiene sin cuidado cuanto guiño izquierdoso haga el gobierno. Lo que manda en concreto es la captura de las entidades estatales clave.
El manipulador antes de serlo se vuelve paranoico, teme el cuestionamiento, no da espacio a la discrepancia, porque en el debate de ideas se siente perdido. Necesita marcar la pauta diaria de lo que se diga en política. Se adueña del anuncio de cifras maquilladas. Habla en abstracto evitando precisar ‘quién’, ‘cuándo’ y ‘dónde’. Inventa causas falsas o ‘tendencias’ positivas inexistentes. Crea noticias auspiciosas y ‘cortinas de humo’ para tapar hechos incómodos tales como Reactiva Perú o Richard Swing.
Los recurrentes anuncios presidenciales de estarse alcanzando una meseta de contagios que nunca llega y sus usuales cifras subestimadas de contagios y muertes llenan el teatro demasiado vacío de la triste realidad del peruano que vive hacinado entre cuatro paredes. Vacío de posibilidad de salir a trabajar y de llevar un pan a su mesa. Vacío de esperanza de retomar el negocio que estaba emprendiendo antes de que empezara el calvario del confinamiento absoluto más largo registrado a nivel mundial. Vacío de bonos de ayuda económica “universal” que se quedó en el camino de algún pupitre burocrático.
A pesar de ser Perú a escala mundial uno de los países que más presupuesto viene dedicando a combatir el Covid-19, estamos entre los peores en performance sanitaria y económica. Solo en abril el PBI cayó 40,5%, con un sector minería e hidrocarburos retrocediendo 42,3%, mientras la manufactura y la construcción sucumbieron (-54.9% y -89.7%). Dada la atrofia burocrática que padece el proceso de normalización económica, MAXIMIXE proyecta una caída del PBI de 12,5% para 2020.
El pequeño empresario se aferra a su pantalla del televisor, que raramente apaga, en espera de que papá Vizcarra desmienta lo que a todas luces resulta innegable: que más del 70% de los S/ 30,000 millones del primer tramo de Reactiva Perú han ido a engrosar las arcas de grandes empresas pertenecientes a los grupos económicos vinculados a los principales bancos o vinculadas al escándalo Lava Jato o a actividades delictivas como la tala ilegal. Se trata de empresas que cuentan con garantías propias y utilidades acumuladas, que de ninguna manera podrían considerarse vulnerables ante el shock de la pandemia.
Como es imposible desmentirlo, sale el premier Zeballos a tratar de soplar la pluma diciendo que “los bancos no han actuado de buena fe con Reactiva Perú” y que “sería inconcebible que haya créditos cruzados entre grupos económicos”.
Lo inconcebible es que el gobierno que aprobó las reglas de Reactiva Perú, hechas ex profeso para favorecer a los grandes grupos económicos, ahora pretenda lavarse las manos. Se les advirtió en todos los tonos desde antes que dieran la norma y no hicieron caso. Se les dijo, si no se excluye del beneficio a las grandes empresas, los fondos se concentrarán en ellas. Se les dijo, si se subastan los fondos por menor tasa ofrecida, los grandes bancos acapararán el negocio y aprovecharán de limpiar la cartera de sus empresas vinculadas, aun cuando no puedan prestarles directamente, mientras en contrapartida las entidades microfinancieras se quedarán sin poder atender la mayor parte de las necesidades de liquidez inmediata de las Mypes.
¿Cuál era o es (¿?) el objetivo de Reactiva Perú? Evitar que las empresas despidan personal y esquivar la amenaza de la ruptura de la cadena de pagos. ¿Cuál ha sido el resultado? Solo en Lima se han perdido más de 2.3 millones empleos (INEI), donde el 50% de la población económicamente activa se ha quedado sin trabajo, estimándose ese porcentaje en 46% a nivel nacional (Ipsos). En paralelo, la cadena de pagos ya se rompió masivamente a nivel de las medianas, pequeñas y micro empresas. El hueco en los pagos se refleja en quienes han perdido su empleo: 32% no cree que culminada la cuarentena pueda recuperarlo (Ipsos).
¿Qué hará el gobierno con el segundo tramo de S/30,000 millones? ¿A dónde irán? ¿Servirán de una vez por todas para reactivar a las Mypes o para seguir engordando las fortunas de los mayores magnates del Perú?
El presidente Vizcarra y su premier Zeballos, junto a la ministra de economía y el directorio del Banco Central de Reserva, tienen la palabra. ¿Querrán que el peruano hambriento empiece a cavar fosas en la tierra para comer lombrices o adelantarse al reino de los muertos? ¿Querrán una Era Post-Covid-19 con resurrección de Sedero Luminoso? ¿O por fin se animarán corregir el chueco rumbo de la política económica anti Covid-19?
Hasta aquí han venido haciendo enormes méritos para ganarse un privilegiado lugar en la historia del Perú, como corresponsables de la mayor infamia ocurrida en medio de la peor emergencia pandémica que ha azotado al país.
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