(Publicado previamente en Alerta Económica de MAXIMIXE)
La campaña electoral arrancó y con hartos ofrecimientos despistados, que revelan mucha flojera para sintonizar la dramática realidad de un Perú arrasado por una de las peores pandemias de la historia. Dentro de todos los fuegos artificiales que ya se vienen lanzando, el que más llama la atención es el que levanta Hernando de Soto tratando de convencernos a los peruanos de que todos los problemas del Perú desaparecerán en un santiamén con tan sólo dar títulos de propiedad a los pobres; gran varita mágica para que los pobres dejen de ser pobres y el Perú se convierta en una especie de Suiza.
Lo cierto es que tal varita mágica es pura ficción. Según un conjunto de estudios realizados para Asia y América Latina [1], si bien las intervenciones sobre los derechos de propiedad de la tierra agrícola pueden contribuir al bienestar de los agricultores, a través de una mayor seguridad percibida que incentiva la inversión a largo plazo, ninguno de esos estudios mostró que las intervenciones de derechos de propiedad de la tierra mejoren el acceso al crédito.
Dichos estudios también demuestran que las intervenciones sobre derechos de propiedad deben considerarse con cuidado, porque sus beneficios pueden no compensar las consecuencias sociales negativas, especialmente en áreas con fuertes derechos consuetudinarios sobre la tierra, como es el caso de las comunidades indígenas. Muchas intervenciones que buscan individualizar los derechos de propiedad pueden conllevar a la captura de los beneficios por parte de las élites y la consiguiente pérdida de derechos para las subpoblaciones pobres y vulnerables [2]. También puede significar la mercantilización de tierras en áreas de protección ambiental o la subutilización de áreas agrícolas.
En el caso del Perú, la entrega de títulos de propiedad en áreas urbanas ha tenido un impacto incluso inverso al esperado. En lugar de formalizar regalando títulos a quienes son posesionarios de un predio informal, lo que se ha generado es mayor informalidad, al haber incentivado las invasiones de terrenos, lo que a su vez ha generado un crecimiento caótico de las ciudades.
Todo un círculo vicioso de tráfico de tierras y expansión horizontal inorgánica de las ciudades, incluso en zonas de alto riesgo: laderas de ríos y cerros escarpados donde es costosísimo para el Estado proveer servicios básicos. Un círculo vicioso que se cierra generando más marginalidad social y vulnerabilidad, y entronizando una cultura de tráfico del suelo eriazo auspiciada desde el Estado, promotora de asentamientos humanos en zonas de riesgo o de difícil acceso para el tendido de redes de agua y alcantarillado.
Todo este problema deriva de que gobierno tras gobierno Perú se compró la tesis de De Soto, muy bien marketeada, en tono apoteósico: la falta de formalización de la propiedad o la posesión legalmente defectuosa que los pobres ejercen sobre sus predios es la causa de que el capitalismo no funcione. Según esta tesis, todo funciona bien en el capitalismo; salvo los derechos de propiedad.
Lo cierto es que hay demasiadas cosas que no funcionan en él. Para empezar, en lugar de una “mano invisible” expresada en una sana competencia, lo que existe es una “mano visible” de monopolios y clubes empresariales que capturan el poder del Estado, para su propio beneficio; la otra cara de la moneda de la gran corrupción estatal.
La carreta no puede ir delante de los caballos. Dar títulos de propiedad a diestra y siniestra, sin objetivos claros, sin planificación urbana y de acondicionamiento territorial como sustento de una propiedad bien estructurada, para que así la población pueda tener acceso a una solución integral de vivienda con agua, desagüe, electricidad, salud, educación y transporte público de calidad. Se prefiere un Estado santificador del caos urbanístico, teniendo en Cofropi a su brazo alocado de formalización de propiedad predial urbana vulnerable y caótica.
De hecho, está comprobado que la mayoría de las propiedades formalizadas por Cofopri no sirven para apalancar créditos [3]. Pues en Perú, al igual que en muchos países en desarrollo, el crédito que reciben los pobres no descansa mayormente en el uso títulos de propiedad como garantía.
Lo que manda en la decisión crediticia es la performance de cumplimiento en el tiempo, la misma que está en función directa de la acumulación de conocimientos y experiencias empresariales, así como en la acumulación de conocimientos y experiencias de diversas instituciones de microfinanzas que utilizan tecnologías crediticias sustentadas en la garantía solidaria antes que en la garantía física.
Factores que atentan contra el uso de la propiedad en zonas pobres para garantizar créditos son: los altos costos de transacción que involucra constituir una hipoteca, el bajo valor de realización de las propiedades de los pobres, los altos costos operativos del otorgamiento de créditos individuales a personas que demandan créditos por menos de 1.000 dólares, la exigua liquidez de los activos que usualmente poseen los pobres, etc.
Por ello la revolución de las microfinanzas que se ha venido gestando en las últimas dos décadas dentro de los países en desarrollo, no ha tenido su origen en la formalización de la propiedad de los pobres, sino en su acumulación de conocimientos y experiencias empresariales.
La “nueva revolución de la teoría del desarrollo” encarnada en autores como Ramsey, Koopmans, Lucas y Romer, entre otros, demuestra que el capital humano encierra mucho más misterio y fascinación que el capital físico al que se aferra De Soto. De hecho, las sociedades actuales que más logran desarrollarse son aquellas en las que su población logra acumular más capital humano.
El “capital humano” no es otra cosa que el stock de conocimientos y experiencias que cada persona acumula en el tiempo y que permiten desarrollar habilidades y competencias, como producto de la inversión realizada por el Estado, la empresa y la familia, en la educación, el entrenamiento y la salud y nutrición de cada quién.
Más allá de un mero trámite legal propietario, lo que primordialmente necesitan los pobres es reforzar su proceso de acumulación de conocimientos. Si bien tanto el capital físico como el capital humano son factores productivos, en cuanto incrementan la capacidad productiva de una economía, la acumulación de capital humano virtualmente no tiene límites, por sus efectos difusores tendientes a potenciar el aprendizaje, la motivación y la capacidad de trabajo [4]. Este hallazgo contradice la añeja idea de que el desarrollo es primordialmente consecuencia automática de la disposición de capital físico.
Esto no significa descartar la tesis de De Soto, sino ponerla en su verdadera dimensión, advirtiendo terminantemente de que, para comerse un buen seco de cabrito, más importante que tener frescas papas y alverjitas y un buen culantro, hay que saber combinarlos y darles el toque de una buena sazón. La agenda del desarrollo del Perú no pasa fundamentalmente por imitar el capitalismo de los países ricos, sino por el descubrimiento de nuestras habilidades y la mejor manera de aplicarlas para solucionar nuestros problemas.
[1] Steven Lawry, Cyrus Samii, Ruth Hall, Aaron Leopold, Donna Hornby y Farai Mtero, “El impacto de las intervenciones sobre los derechos de propiedad de la tierra en la inversión y la productividad agrícola en los países en desarrollo”. Journal of Development Effectiveness, Vol 9, 2017, N°1. Resultados basados en hallazgos de 20 estudios cuantitativos y 9 estudios cualitativos que pasaron un cribado metodológico riguroso.
[2] Ibid,
[3] MML-MAXIMIXE (2005), “Estrategia de Desarrollo Integral y Reducción de la Pobreza en Lima Metropolitana”. Estudio contratado por el Banco Mundial.
[4] Por ser un bien parcialmente no rival y excluible (en tanto que el capital físico es un bien rival y excluible) que potencialmente puede generar un amplio efecto difusor hacia muchas personas simultáneamente.
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