Para que la «mano invisible del mercado» actúe, y convierta el interés privado en bienestar general, tienen que cumplirse cuatro condiciones que no son tan evidentes: (i) el mercado tiene que ser de competencia, nadie puede imponer precios a nadie, (ii) todos los productores y muchos protagonistas tienen un alto nivel de formación, manejan los últimos conocimientos de la época, (iii) se producen innovaciones en forma incesante, que no son otra cosa que la aplicación del conocimiento a la producción, (iv) existe libertad de información y de imitación para que esas innovaciones se expandan y generalicen. Con estas cuatro condiciones se cumple perfectamente la tesis (o si quieren la teoría) de la mano invisible de Adam Smith.
Hasta aquí la tesis de Smith es válida y no tiene nada de ideología; es realidad pura y dura, un mecanismo de progreso muy eficaz. Estas mismas condiciones se han mantenido en muchos lugares del planeta, desde la primera revolución industrial en 1770. Esto mismo es lo que ocurrió en la segunda revolución industrial, impulsada por el acero, la electricidad y la ingeniería pesada, ocurrida en Europa. Se volvió a repetir en la tercera revolución industrial, esta vez en Estados Unidos, impulsada por los automóviles, los electrodomésticos y la aviación, teniendo como fuente de energía el petróleo. Y, nuevamente, se volvió a repetir en la cuarta revolución industrial, impulsada por la computación, la informática y las telecomunicaciones, también llamada revolución digital, ocurrida otra vez en Estados Unidos. En todos estos casos, el interés privado de miles de emprendedores, innovadores, científicos y hombres de negocio se convirtió en bienestar general para la población de los países que cumplieron estas condiciones.
El caso de Silicon Valley, el lugar en donde se inició la cuarta revolución industrial, es muy ilustrativo. Todo comenzó en los años 30, cuando el profesor de la Universidad de Stanford, Frederick Terman, también conocido como el padre del Silicon Valley, alentó a sus estudiantes para que creasen sus propias empresas en el valle. En 1937, sus alumnos William Hewlett y David Packard crearon la empresa HP, hoy un gigante de la computación. En 1956 William Shockley, el inventor del transistor, crea su empresa.
En 1958, Robert Noyce, Gordon Moore, y otros seis ingenieros que trabajaban en Shockley Transistor Corporation, crean la empresa Fairchild Semiconductor que inventa y produce circuitos integrados. En 1968, Noyce y Moore (el de la famosa ley de Moore) fundan INTEL, que empieza produciendo chips de memoria, y en 1973 crea el microprocesador 8008, abriendo la era de los microprocesadores. En 1976, Steve Wozniak, ingeniero en computación de la Universidad de Berkeley, exempleado de HP, y Steve Jobs, también exempleado de HP, forman la empresa Apple y crean su primera computadora personal. Larry Page y Sergei Brin inician su proyecto de buscador de Internet en Stanford, mientras eran estudiantes, y en 1998 forman Google. En 2004, Mark Zuckerberg abandona Harvard y se muda a Palo Alto, junto con su empresa Facebook.
En 2005 Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim, exsocios de Pay Pal, crean YouTube. En 2009 Jan Kuom, que estudió en la Universidad de San José y fue empleado de Yahoo, crea WhatsApp. El resto es historia conocida.
En Silicon Valley se cumplen las cuatro condiciones para que funcione la teoría de la «mano invisible» de Adam Smith que hemos mencionado: (i) el mercado era de competencia perfecta, todas estas empresas empezaron muy pequeñas, en garajes, en dormitorios de estudiantes, (ii) todos estos emprendedores tenían un alto nivel de formación en las mejores universidades de California y de Estados Unidos, (iii) todas sus empresas se iniciaron y/o produjeron innovaciones, ya sea en hardware o en software, basando su crecimiento y competitividad en ellas, (iv) todos aprovecharon la absoluta libertad de información e imitación existente en el valle; Jobs denominó a los ingenieros que crearon la Macintosh como la «banda de los piratas», y luego él mismo acusó a Bill Gates de robar su sistema operativo para crear Windows. Estas mismas condiciones, o muy similares, se han cumplido, en su momento, en Alemania, Japón, Corea del Sur, Canadá, Finlandia, China, y otros países que han logrado industrializarse y salir del subdesarrollo.
Pero, y este es un pero grande, ¿se cumplen estas cuatro condiciones en todos los sectores, en todos los países? ¿Los mercados son todos de competencia perfecta? ¿Tienen todos los emprendedores y empresarios un alto nivel de conocimiento? ¿La mayoría de emprendimientos son innovadores? ¿Existe una amplia difusión de información sobre estas innovaciones y cómo lograrlas? La respuesta a las cuatro preguntas es un rotundo no.
Todo lo que hemos analizado en el libro sobre la crisis financiera de 2008, y que esta introducción actualiza, nos muestra que en el mercado financiero estadounidense y mundial no había competencia, ¿Goldman Sachs y los grandes bancos que hemos estudiado compiten de igual a igual con los otros 4 200 bancos pequeños y medianos que existen en Estados Unidos? ¿Informaron estos grandes bancos a sus clientes de los peligros que encerraban los productos financieros tóxicos que les vendieron? Es claro que no. La ley de Adam Smith no se cumplió; por el contrario, el interés privado se convirtió en mayores ganancias, en mayor riqueza personal y empresarial, pero no en bienestar general, sino un enorme sufrimiento: pérdida de viviendas, pérdida de ahorros e inversiones, despidos, reducción del crecimiento, menores impuestos.
Si nos trasladamos al Perú, nos podemos preguntar: ¿Backus compite de igual a igual con las cerveceras artesanales que existen en el país? ¿Las empresas textiles de Gamarra tienen los mismos conocimientos, el mismo acceso a tecnologías y financiamiento que Creditex o TopyTop? Podemos comprobar que en Gamarra sí existe competencia casi perfecta entre las miles de micro y pequeñas empresas que están allí, pero casi todas ellas no tienen el conocimiento suficiente para innovar y ser competitivas en el mercado mundial. Es una competencia liquidadora. ¿Un pequeño productor agrícola tiene los mismos conocimientos y maneja las mismas tecnologías de riego y semillas mejoradas que las modernas empresas agroexportadoras? ¿Un joven emprendedor de alguna de las regiones que no cuentan con universidades de calidad, tiene posibilidades de surgir, de hacer crecer a su empresa en forma competitiva? Seguramente su energía emprendedora, que es inmensa en el Perú, solo le servirá para sobrevivir. ¿El interés privado de LATAM o de Gloria se convierten automáticamente en interés público guiados por la mano invisible del mercado?
Podríamos seguir haciendo preguntas que demostrarían que la tesis de Adam Smith no se aplica en forma general, universal, en el mundo de hoy. Entonces, ¿Por qué se repite hasta la saciedad la tesis de Adam Smith y se pretende afirmar que es universal y se aplica en todo momento a todos los sectores, y a todos los países y regiones? Por la sencilla razón de que se ha convertido en ideología, pura y dura. Son ideas que no tienen sustento en la realidad actual, pero que a fuerza de repetirse una y otra vez se han impuesto en nuestra sociedad y en muchas otras.
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