Es cierto que el estudio de las emociones, la mente y el comportamiento humano ha ido ganando cada vez más espacio entre quienes investigan y teorizan en torno a la manera en la que se configuran nuestras decisiones. Hay espacios del conocimiento que estudian la influencia de las emociones en la política y, de hecho, por medio de la psicología política y la neurociencia se logra comprender, en esencia, cómo el cerebro y la mente interactúan a partir de eventos externos y determinan las emociones que se sienten. Este desafío no solo proviene de la ciencia y la psicología, sino también de la neuropolítica, que brinda apoyo a la neurociencia y la neuromercadotecnia.
Las emociones son tan importantes en nuestra vida diaria que todos perciben cualquier reacción emocional. En el momento en que una persona se siente frustrada, por ejemplo, puede interpretar ese sentimiento como resultado de la decepción y la tristeza de una manera más o menos consciente. Sin embargo, esto no significa que una persona que tiene un pensamiento más frío, desde un punto de vista racional, tome la decisión correcta.
La crisis política de nuestro país evidencia el momento emocional que vivimos y que se agudiza con la crisis sanitaria, económica y moral. Todos los estudios apuntan al hecho de que estamos viviendo también una crisis emocional con un estado mental que se debilita, en tanto que la explosión de sentimientos se ve agravada por cada situación de la política, de los candidatos y las campañas, sobre todo en las redes sociales y espacios de interacción en los que participamos, ya sea de forma pasiva o activa. Estamos viviendo entre un conjunto de mentiras y verdades, las cuales nos abruman, por lo que los especialistas dicen que requerimos del aliento y de inteligencia emocional para lograr que no nos afecte la actual situación por la que vivimos.
La premisa establecida por políticos y especialistas en campañas electorales es que las emociones son significativamente importantes en la definición del voto y también se manifiestan en los discursos de odio y rabia destilados por las redes sociales, en las que hemos visto el amor y el odio ciego a la imagen de tal o cual político.
Este domingo será necesario dejar de lado los sentimientos relacionados con la personalización emocional del político y volver la mirada hacia la racionalidad de la elección. Analizar las propuestas de futuro de acuerdo con la experiencia presente, considerando las posiciones ideológicas, partidistas y de discurso tangibles que será necesario considerar. Después de todo, la forma en que se presenta el político con su trayectoria, su discurso, su apariencia, su legitimidad serán motivos para decidir. Las pasiones que hemos experimentado este tiempo quizás ya fueron disipadas en las discusiones en familia y con las amistades.
Elegir, tomar decisiones no es fácil y en democracia el voto del rico y del pobre, del creyente y del ateo, del deportista y del sedentario, del hombre, de la mujer, del montuvio, del indio y de otras particularidades humanas tiene el mismo peso, cada uno de ellos vale un voto, a favor o en contra. Lo que sí debe estar claro es que los candidatos tienen un histórico que cargan como muestra de su vida y motivos para apoyarles o no.
Estamos en una situación compleja, sin duda, y al momento de colocar nuestro voto se plasmará tanto nuestra razón como nuestra emoción. Ojalá que la razón pese más, porque nos puede costar muy caro. Las cartas están echadas en la mesa, elijamos con la razón y con el compromiso de que nuestra elección no dañe al otro, sino beneficie al país como un todo. En algo quizá puede ayudar el análisis de los últimos catorce años para decidir nuestro voto.
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