A finales del año pasado fue publicado un artículo en el que se examina un problema que la sociedad moderna enfrenta como causa de su propia naturaleza evolutiva, la cual se revela contradictoria y extraña. Un grupo de investigadores de los Países Bajos y de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, difundió su estudio, titulado “El auge y la caída de la racionalidad del lenguaje”. Lo interesante de dicho texto es el abordaje sobre la negación y la irrelevancia que se le otorga en la actualidad a la verdad comprobada por la ciencia.
El rechazo a la verdad se acuña en la tendencia de la denominada posverdad, a la que se apela ahora en la construcción de todo conocimiento diferente. La verdad fáctica, desde hace casi cuatro décadas, ha sido cuestionada. El artículo en cuestión devela una tendencia de negar el interés público colectivo en beneficio de un interés individual. Lo que se descubrió en la investigación es que la emoción trasciende a la razón en estos últimos tiempos.
Estos comportamientos han sido detectados mediante la revisión meticulosa de millones de textos y periódicos publicados entre 1850 y 1980. De acuerdo con el artículo, hasta la década de 1940 era manifiesta una clara tendencia de la sociedad a interesarse por el conocimiento práctico y por la resolución de problemas que afectaban a grandes grupos sociales. Las variables que resaltaban en las investigaciones de aquellos años eran: sistemas, medidas, porcentajes, resultados, límites y datos que estaban muy relacionados con la razón científica desarrollada en los centros de conocimiento, como son las universidades de todo el mundo. Es durante la década de 1980 que aparecen otras variables de interés público relacionadas con términos vinculados con la imaginación, el pensamiento, la sabiduría, la creencia, la sensación, el sentimiento.
Además, en esos años también surgen las denominadas redes sociales, que a posterior y de forma abrumadora median la comunicación de la sociedad actual. La investigación extiende su análisis hasta el año 2020 y descubre que en las últimas cuatro décadas el uso de palabras relacionadas con la racionalidad ha disminuido de forma notable en comparación con los términos concomitantes a la intuición y la emoción, como se comprobó en la tendencia detectada desde la década de 1950.
De ahí que se ha preparado un terreno fértil para la construcción de una verdad paralela que ha incidido de forma marcada en la investigación científica y el interés colectivo. Se ha contaminado la verdad y se ha abierto la puerta a versiones distorsionadas de la realidad y que en su mayoría son parte del universo de las denominadas fake news, ya sean estas publicadas en prestigiosas revistas de gran circulación o difundidas por medio de mensajes cotidianos. Es en este punto en el que hemos llegado a negar la necesidad de vacunarnos contra el covid-19, mientras vemos cómo surgen ídolos de barro sin ninguna trascendencia, al tiempo que escuchamos noticias llenas de basura, mientras elegimos gobernantes que no saben por qué están en cargos de gran responsabilidad, en tanto que estudiamos profesiones que no sirven para nada. Hemos caído en una profunda confusión de nuestro rol como seres humanos.
La humanidad requiere de un equilibrio entre la razón y la emoción, entre lo colectivo y lo individual. Así lo advierten como conclusión los investigadores de este gran artículo científico en el que se destaca a la razón como la base de la verdad de los hechos, en tanto que se rescata la importancia de la ciencia para tratar temas de alta complejidad de nuestra especie. Por ello, las universidades deben retornar a su razón de ser, que es la búsqueda de la verdad en beneficio de la sociedad.
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