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Fernando López Parra / Brasil

Caminado por la Cidade Maravilhosa, o Río de Janeiro, durante estos días; ciudad que fue colonizada por los portugueses y la fundaron en 1565. Que fue la capital del Estado imperial y republicano de Brasil desde 1763hasta cuando el gobierno de este gigante país fue transferido a Brasilia1960. Probablemente, es la ciudad más linda de la tierra, este Río de Janeiro cuna de las artes, de la bossa nova de Tom Jobim, del samba cadencioso de Martinho da Vila, de sus playas hermosas como Copacabana, del futbol sin igual de mané Garrincha, este Río de Janeiro que condensa al ser brasileño. Esta ciudad la encontré entre paréntesis por el ambiente suscitado de las más importantes elecciones presidenciales y que decidirán el futuro de este país, el más poderoso de nuestra región.


He caminado por Copacabana, donde en mi época de estudiante viví y ahora percibí que hay un sentimiento de un silencio que no es propio de los cariocas, ni de otras épocas en elecciones como las que serán hoy. En esta contienda electoral única, donde un expresidente y un presidente en funciones se enfrentan por el voto de más 156 millones de brasileños habilitados para ejercer el voto. Levanto mis ojos a los grandes edificios y se distinguen banderas en los ventanales de apoyo a sus dos candidatos, unas de color rojo del Partido de los Trabajadores, del líder sindical, Luiz Ignácio Lula Da Silva y otras de los colores la propia bandera brasileña que asumió el derechista, el capitán retirado del ejército, Jair Mecias Bolsonaro.


Esta contienda electoral ha estado marcada por discursos extremos y violentos, lejos muy lejos del espíritu alegre y amigable de los cariocas, no se ha evidenciado los desfiles carnavalescos de apoyo a sus preferencias electorales, no hay gente las con camisas alusivas a sus candidatos tal como acostumbran hacerlo, con las que se viste con las camisetas de los equipos de futbol que les identifican a los brasileños. Al parecer hay un recelo escondido, construido porque las opciones de los dos candidatos les ha enfrentado no solamente en su posición política e ideológica, sino en su espíritu. Sin duda, es triste y riesgoso hablar de política en los bares donde hace algún tiempo solo había alegría y bullicio.


Hasta ayer el periódico influyente la Folha de Sao Paulo publicó la última encuesta y coloca que el expresidente Luiz Ignácio Lula da Silva (PT) sostiene 49% de las preferencias, y Jair Bolsonaro (PL), candidato reelección, alcanzó un apoyo electoral del 44%. Los votos de nulos y blancos se suman 5%, y 2% dicen estar indecisos. El margen de error es de dos puntos porcentuales. Solo que esta intención de voto, puede cambiar de forma significativa, para más o para menos, porque lo atípico de esta jornada está plagada por la división y que la verdadera campaña que se ha dado en las redes sociales y en los medios de comunicación es impredecible. Es de sorprender que sobre el mismo acto noticioso las versiones de los medios son totalmente diferentes y que van de acuerdo al apoyo o no de ese medio al candidato de su preferencia, hay un velo complejo que solamente a las 19h00 del domingo se sabrá los reales resultados de quien dirigirá el Brasil durante los próximos cuatro años. Esta elección, por lo visto, no es solamente una votación por un candidato, es la decisión por un nuevo país, por una nueva república.


Si Luiz Ignácio Lula da Silva es elegido para un tercer mandato, hecho sin precedentes desde que fueron restablecidas las elecciones presidenciales, en 1989, el mismo Lula ya anunció que hará su último gobierno y será también el último presidente de una generación de líderes latinoamericanos progresistas con una base política enorme. Si Jair Bolsonaro gana, se afianza un tipo de líderes donde el discurso y su acción es de una política diferente; que es una mezcla, donde no hay una lógica, sino un ejercicio difícil e impredecible del poder. Se espera que la democracia salga fortalecida, que las instituciones florezcan y que Brasil retorne a ser un actor respetado y clave para la región. Pero seguro que el lunes será otro Brasil, y desde el primero de enero, día de la posesión del nuevo mandatario, las tareas serán de altísima complejidad y riesgo. Habrá que juntar nuevamente a la sociedad y sus instituciones y que ojalá la ciudad más linda de Brasil, Río de Janeiro, recobre la sonrisa que me ha hecho falta en estos días de elecciones. ¡Saudades!


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