La ausencia de claridad sobre qué pasará con el trabajo en nuestra sociedad es todavía evidente, lo que se observa que van desde las narrativas de los impactos con las tecnologías hasta los conflictos sociales por ausencia del empleo como ahora lo entendemos. Ya se han presentado predicciones pesimistas sobre al final del trabajo, lo que no está claro, si en verdad hay final del trabajo, ¿qué deberá hacer la sociedad? Esta pregunta es frecuente en tiempos tan turbulentos como los que estamos viviendo.
Lo seguro es que, el futuro del trabajo es profundamente incierto, y esta falta de claridad que es reconocida paraliza la reflexión y da lugar a muchas especulaciones. Desde cierto ángulo, la epidemia de COVID-19 desafió profundamente las formas de trabajar y organizarse. Además de la pandemia, una serie creciente de problemas ecológicos y el cambio climático socavará los cimientos de la organización productiva y la relación empleo – capital. Sin embargo, bajo otra perspectiva, algunos argumentan que estas crisis simplemente profundizan y aceleran tendencias ya existentes en el ámbito laboral. De modo que, lejos de permitir la aparición de nuevos regímenes de trabajo, pueden simplemente echar raíces y consolidar los aspectos más perjudiciales para el trabajo y los equilibrios sociales, políticos y económicos de los Estados. Sabemos también que se espera que las revoluciones de inteligencia artificial y big data cambien radicalmente la naturaleza y existencia del trabajo tal como lo conocemos.
Existe unanimidad que los impactos de la pandemia en el empleo han sido desastrosos y el trabajo mismo se han redefinido importantes segmentos como el trabajo de oficina burocrático, la telemedicina, la educación y el delivery. Estas reasignaciones del trabajo al hogar (u otros espacios conectados en línea) han convertido efectivamente estos espacios en lugares de producción económica (reconocidos formalmente), trayendo consigo los impactos en las diversas normas y dinámicas de poder que caracterizar las diferentes esferas sociales. Al mismo tiempo, llevar la oficina al hogar implica llevar el espacio productivo a la intimidad del hogar, haciendo posible cuestionar las normas vigentes en el lugar de trabajo, como la presencia de niños en el trabajo, la formalidad de trabajo versus conducta doméstica y las exigencias de constantes tiempo de conexión versus tiempo de “desconexión”. Esta difuminación de la interfaz casa-trabajo también hizo visible el trabajo "oculto" de mantenimiento de una casa, y la dificultad de separar el trabajo remunerado de trabajo reproductivo que en gran parte ha permanecido fuera de la economía monetaria. (Fraser, 2014).
Lo que queda claro, es que los límites del trabajo se ampliaron a múltiples posibilidades. La erosión del espacio entre la casa y la oficina puede tomar una nueva de forma de colonización del espacio productivo y económico. El hogar ahora es parte de la fábrica, la oficina, la escuela, el hospital; los espacios se ampliaron para el trabajo y para la producción del sistema capitalista. No toca ahora legislar para más y mejor trabajo y no recibir limosnas de ningún político o empresario en tiempos de crisis.
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