Varios informes y comunicados de prensa en este último tiempo colocan que la pandemia de coronavirus no sólo nos afectó de forma directa a la salud de la humanidad, sino que este virus vino con el potencial de agravar la desigualdad en prácticamente todos los países al mismo tiempo en que empeora la situación sanitaria. En enero pasado se presentó información contundente sobre la desigualdad de la pandemia, mediante la prestigiosa ONG internacional Oxfam, que trabaja con más de 3,500 organizaciones en todo el mundo y que precisamente mide la desigualdad social del planeta.
Hasta la fecha, según Oxfam, han perdido la vida más de dos millones de seres humanos, cientos de millones de personas están siendo empujadas a niveles de pobreza y pobreza extrema de forma directa. Por otro lado, en tan sólo nueve meses las mil mayores fortunas del mundo han recuperado su nivel de riqueza que poseían justo antes de la pandemia, mientras que para las personas en mayor situación de pobreza esta recuperación podría tardar más de una década en llegar. Se evidencia que el incremento de la fortuna de los 10 mil millonarios más ricos del mundo bastaría para evitar que nadie cayese en la pobreza a causa de la pandemia y además serviría para financiar una vacuna universal contra la COVID-19. También, 112 millones de mujeres dejarían de tener un riesgo elevado de perder sus ingresos y empleos si la presencia de hombres y mujeres en los sectores económicos más afectados por la pandemia fuese equitativa. El 87 % economistas consultados en la muestra prevé que la desigualdad de ingresos aumente o aumente mucho en sus respectivos países a consecuencia de la pandemia.
Sin duda, la crisis de la pandemia ha puesto en evidencia todas las políticas públicas, a las instituciones del Estado, a la fragilidad de la sociedad, a la ausencia de acuerdos de mediano y largo plazo. Nuestros Estados, si quieren revertir esta realidad no pueden seguir con políticas que benefician las cuentas de pocos en desmedro de muchos.
Es absolutamente necesario y queda demostrado que hay la necesidad de implementar políticas públicas transformadoras muy diferentes a las tradicionales, y peor pretender implementar limosnas en el corto plazo como se nos ofrece en estas épocas por nuestro voto. Ya no es posible retornar a donde estábamos y esto es una realidad incontrastable. Nuestro Ecuador, tiene una oportunidad de pocos con las elecciones que se avecinan.
El nuevo gobierno, que esperemos sea serio y responsable, pueda, junto con la sociedad proteger lo poco que tenemos en verdad y que es la vida. Los gobernantes deben implementar políticas para que los hijos de nuestros hijos vivan en un mundo más justo, sostenible y equitativo. No podemos ser irresponsables en elegir a candidatos que piensen en el presente como única fórmula propositiva, ojalá podamos elegir a alguien que tenga un perfil estadista para que nos gobierne pensando en ese futuro deseado y que al final les entregue felicidad a los que vienen después de nosotros.
Referencia:
El autor es Rector del Instituto de Altos Estudios Nacionales – IAEN, primera Universidad de Postgrado del Estado en Ecuador
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