¿Por qué le costará tanto – a tantos – aceptar la realidad? En todo el mundo, las carreteras son espacios públicos. En el Perú, no. En nuestro país – hasta hace poco – decenas de carreteras estuvieron bloqueadas. En ellas – en plenos bloqueos – se cobraban cupos para no atentar contra los choferes y pasajeros atrapados en los bloqueos, y para no dañar sus vehículos.
En La Libertad, un chofer que se negó a pagar un cupo murió de un balazo disparado por un chantajista. El camión de otro chofer que tomó una ruta alterna para evadir el bloqueo de la Carretera Panamericana fue quemado por delincuentes extorsionadores.
Numerosos aeropuertos regionales fueron atacados por vándalos, propiciando el cierre de dichos aeropuertos. Nadie pudo volar hacia – y desde – dichas localidades. Lo mismo ocurrió con otros locales públicos como Fiscalías, Comisarías, Municipios, etc. y locales privados como viviendas de autoridades regionales, viviendas de congresistas, fábricas particulares, fundos agrícolas, y demás.
Centenares de tiendas y pequeños negocios fueron saqueados, porque sus dueños se negaron a pagar cupos a delincuentes chantajistas. Incluso, muchos ciudadanos fueron obligados a participar en los bloqueos de carreteras, o multados con hasta S/ 600 si no procedían como mandaban los delincuentes.
Como no podía ser de otra forma, en muchas ciudades y pueblos del país, hubo escasez de alimentos, combustibles, medicamentos, oxígeno medicinal… todo se paró. Los animales en las granjas y establos se murieron por falta de alimentos. Los hoteles vacíos. ¡Crisis total!
¿Protesta social reivindicativa… o secuestro delincuencial extorsivo? ¿Qué fue lo que pasó? Claramente, lo segundo. La liberación de Pedro Castillo, la Asamblea Constituyente, la Nueva Constitución, incluso la renuncia de Dina Boluarte… todos fueron cuentos que esgrimían aquellos que ganaban con el caos y la anarquía: narcotraficantes, mineros ilegales, delincuentes extorsionadores, políticos y empresarios corruptos, y demás.
Lo que vivimos en aquel entonces, no tuvo nada de protesta social reivindicativa. Efectivamente, nadie protestó por falta de agua, salud, educación o seguridad. Nadie protestó por aumentos salariales o mejores condiciones laborales. Nadie protestó por la corrupción en el Estado o por el fracaso del proceso de regionalización del país. Nadie.
Más bien, lo que sí hubo fue una clamorosa falta de información. ¿Quién lideró a los manifestantes? (Mejor dicho, a los vándalos) ¿Quién los financió? ¿Por qué no dieron la cara? ¿Por qué se cubrían los rostros?
Mucho cinismo e hipocresía. Eso sí hubo… y a raudales. Me refiero a aquellos periodistas, académicos y políticos que soslayaron los actos delincuenciales de los manifestantes, y se centraron exclusivamente en contar fatalidades, y – por supuesto – culpar de ello a la Policía, a las Fuerzas Armadas, a la presidenta Boluarte… ¿Acaso no vieron que las “protestas” (entre comillas) no tenían nada de pacíficas, y sí mucho de violentas y delictivas?
¡Cínicos! ¡Hipócritas! ¡Fueron ellos, los que no dieron la cara, los que tiraron la piedra y escondieron la mano, los responsables directos de los muertos y heridos de aquellos días terribles!
Por ello, me sigue sorprendiendo – y decepcionando – la debilidad del Estado frente a delincuentes que flagrantemente bloquean carreteras y saquean a medio país. Un Estado que, cuando interviene, lo hace a través de policías totalmente desarmados, carentes de los más mínimos mecanismos de autodefensa, numérica y tácticamente muy inferiores a los delincuentes que tienen que enfrentar. Así los policías resultan humillados y masacrados a mansalva. ¡No hay derecho!
Ahora bien, el problema es que lo que vendrá a futuro será mucho peor. ¡Anarquía a la vista! Ante la clamorosa falta de Estado, la ciudadanía – desesperada – va a tomar al toro por las astas. Los choferes y pasajeros que resulten varados en los bloqueos, los bodegueros y dueños de pequeños negocios, los trabajadores que quieran – y necesiten – trabajar para mantener a sus familias, y la ciudadanía en general… todos repeleremos – a la bruta – a los extorsionadores.
A eso nos está llevando el Estado débil que tenemos. Un Estado – y cierta prensa – que no distingue una protesta social reivindicativa, de un secuestro delincuencial extorsivo. Un Estado ausente y permisivo del caos y la anarquía. Y una ciudadanía harta y desesperada que, ante la ausencia e inacción del Estado, se armará como sea para repeler y contrarrestar el chantaje y la extorsión.
He ahí la imagen de un futuro anárquico probable que tenemos por delante.
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