Parafraseando al genial Gabriel García Márquez… a Puno hay que vivirlo para contarlo. Pues bien, por enésima vez a lo largo de mi vida, eso hice la semana pasada. Es decir, “viví Puno” en vivo y en directo. Y como siempre… maravilloso, encantador, precioso, único. Ahí están – como siempre – el majestuoso y mítico Titicaca y el cielo más azul del mundo. Sin embargo, el altiplano infinito está seco – reseco – por el estiaje. En esta época del año – como todos los años, previo al inicio de la temporada de lluvias – la Sierra presenta su imagen más desoladora. El frío y la sequedad dejan su huella de crueldad: la gente, los animales, y los pastos… todo resulta quemado por el frio intenso, de varios grados bajo cero.
¿Por qué el Estado no construye reservorios, y planta bosques, para retener parte de las abundantes aguas de lluvias, y disponer de ellas en los estiajes? No se oye padre. Claramente, el Estado está en otra. Lo real y concreto es que, al Estado le importa un bledo el hielo y el estiaje altiplánico.
Ahora bien, tal como ocurre en todo el resto del país, Puno tiene un problema. Un problema oscuro que apareció – espontáneamente – en todas las conversaciones que tuve con mis compatriotas puneños, la semana pasada: LA CORRUPCIÓN. Sobre todo, la corrupción generalizada en el Estado… Gobierno Regional, Gobiernos Provinciales y Distritales, Policía y Fuerzas Armadas, Fiscalía y Poder Judicial, etc. Salvo muy honrosas y contadas excepciones.
Sí pues, al igual que Cusco, Loreto, Arequipa, Junín, Ica, La Libertad, Lima… la corrupción estatal en Puno es endémica. Pocos se salvan. ¡Cuánta coima, cuánto clientelismo político, cuánta inoperancia estatal, cuánto abuso e injusticia, cuánto cinismo e hipocresía, cuánta crueldad y maltrato, cuántas obras inacabadas y abandonadas, cuánto narcotráfico y minería ilegal… cuánta corrupción hay en Puno! Por eso los puneños no tienen agua, salud, educación ni seguridad. ¡Ese es el problema de Puno!
Jamás olvidaré el testimonio de un ex docente de la Universidad Nacional del Altiplano (UNA), quien me contó que algunos profesores – para aprobar a sus alumnos – les exigían el pago de las cuentas de las cantinas de Juliaca, donde dichos profesores iban a emborracharse los fines de semana. ¡Podredumbre total!
Esta vez, en mi visita de la semana pasada, los testimonios más recurrentes giraron en torno a la corrupción estatal frente a los pequeños mineros puneños que hacen todo lo humanamente posible para formalizarse; pero no, imposible. Pero ¿por qué no consiguen formalizarse? Pues porque es imposible. El Estado ha hecho imposible cumplir con los intrincados requisitos e interminables trámites del el famoso REINFO (Registro Integral de Formalización Minera).
Y claro… para los funcionarios corruptos del Estado, no hay presa más apetitosa que un pequeño “minero ilegal” con 100 gramos de oro en el bolsillo, cuyo valor – al paso – en el céntrico Jirón Mariano Núñez de Juliaca, es de US$ 8,300, aproximadamente.
Entre paréntesis… y a propósito de los programas políticos del domingo último, ¡con qué naturalidad, Chibolín y los hermanos Siucho, involucran a una Fiscal Superior Especializada en Lavado de Activos, en un presunto soborno de US$ 1´000,000, por una movida de 100 kilos de oro!
Como se ve, el Estado está de plácemes con la “minería ilegal”. De ahí mi hipótesis, y mi convicción, de que el Estado – corrupto – es el principal interesado en mantener el statu quo de la pequeña minería en el país. Efectivamente, no hay nada mejor para la corrupción estatal, que una delincuencia adinerada. ¡Una “delincuencia” creada – y promovida – por el propio Estado! Y eso es, exactamente, lo que está pasando con el boom del oro, aunado a la extraordinaria riqueza aurífera de Puno y del país.
Por eso, no nos vayamos por las ramas. El problema de Puno no es la Constitución del 93, ni el modelo económico peruano. En ese sentido, el problema de Puno no es un problema legal o presupuestal. Y menos, uno de falta de recursos naturales o humanos.
El problema actual de Puno – y del país, en general – es la corrupción estatal. ¡Ese es el problema de Puno!
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