“Yo no coimeo. Yo sólo cobro comisiones… porque me corresponden. Yo he invertido mucho dinero en mi campaña electoral, y tengo que recuperar mi inversión. Incluso, me he endeudado para llegar a donde estoy, y debo pagar mis deudas. Yo soy una persona de honor. Yo no soy corrupto.”
Palabras más, palabras menos, así se expresan (en confianza y entre cuatro paredes) los funcionarios públicos corruptos de nuestro país: Congresistas de la República, Gobernadores Regionales, consejeros Regionales, alcaldes Provinciales y Distritales, y Regidores Municipales. Yo puedo dar fe de ello.
“Eso no se hace. Coimear es corrupción. Además… es delito.” Intervengo yo, fungiendo de consejero espiritual. Entonces ¡ping! … aparece, como un resorte, la trilogía de la justificación de la corrupción: (1) “Pero si todos lo hacen.” (2) “No se van a dar cuenta.” Y (3) “Por si acaso, tengo mis contactos en el Poder Judicial… y todo está arreglado. No me va a pasar nada.”
Como se ve, los políticos coimeros no son sólo inmorales, sino – también – son amorales. Es decir, no tienen moral… carecen de ella. Por otro lado, no tienen vergüenza. Ergo, no se arrepienten de sus delitos. Ergo, no tienen el más mínimo propósito de enmienda. Y menos… dolor de corazón. Sus conciencias están podridas. Son unos caraduras incorregibles.
El “todos lo hacen” se refiere, ciertamente, al cobro de coimas en el Estado. Pueden ser “diezmos” por las contrataciones de obras y adquisiciones de todo tipo de bienes y servicios, “ventas” de puestos de trabajo, “entregas” de licencias de todo tipo: licencias de construcción, licencias de funcionamiento, licencias de conducir, y así.
Peor aún. El “todos lo hacen” incluye a policías y militares coimeros, docentes coimeros (algunos… hasta violadores), médicos y enfermeras coimeras, congresistas coimeros, y hasta jueces y fiscales coimeros. Todos, funcionarios estatales que cobran por lo bajo, por hacer lo que están obligados a hacer.
Sin embargo, valgan verdades, “no todos lo hacen”. Hay funcionarios y trabajadores estatales muy honestos y valientes. Y muchos. Pero… lamentablemente, hay también de los torcidos. Y muchos, también. Entonces, que quede claro. ¡Ese es el problema… los muchos funcionarios y trabajadores coimeros que hay en el Estado!
El “no se van a dar cuenta” es ya más descarado. Claramente, hay un cierto reconocimiento de su accionar delictuoso. Pero, como “no se van a dar cuenta ¿cuál es el problema?” O sea, para los coimeros, si no hay ampay… no hay corrupción. Así de caraduras son.
Sin embargo, la 3ª. justificación es la peor: “por si acaso, tengo mis contactos en el Poder Judicial… y todo está arreglado. No me va a pasar nada.” A ese nivel de podredumbre han llegado muchos funcionarios y trabajadores del Estado, incluidos – fatalmente – no pocos jueces y fiscales, y sus respectivos auxiliares jurisdiccionales. Como diría el recordado Roberto Abusada: “la corrupción en el Estado ha hecho metástasis”.
Entonces ¿qué debemos hacer frente a los corruptos? Confrontarlos… por más riesgoso que resulte confrontar al poder (corrupto). Pero no queda otra que tomar al toro por las astas. Por un lado, hay que desenmascararlos. Es decir, mostrarlos tal cual – con sus caras peladas – públicamente. Publicar en nuestras redes sociales y medios de comunicación (ojalá con videos, grabaciones o mensajes de texto) el abuso de autoridad y las coimas pretendidas por los funcionarios estatales en cuestión. Repito… no queda otra.
La corrupción en el Estado nos está matando. Sobre todo, a los más pobres. ¿Cómo así? Pues, de hambre y pobreza, que provienen del desempleo, que proviene de la falta de inversión privada, que proviene de la falta de confianza empresarial, que proviene de la corrupción en el Estado.
Conclusión: todos los caminos del hambre y la pobreza de millones de peruanos conducen a la corrupción en el Estado.
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