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Foto del escritorFernando Cillóniz

Fernando Cillóniz / El Estado como botín de guerra 



Muchos políticos ven al Estado como un botín de guerra. De allí la proliferación de favores políticos. Me refiero –por ejemplo– a los puestos de favor. Los típicos recomendados que –una vez que ingresan al Estado– se convierten en ahijados que se la deben a sus padrinos… de por vida.

 

Cuando fui gobernador regional de Ica –en el período 2015/2018–, constaté que los congresistas eran los peores en esa materia… salvo honrosas excepciones. ¡Qué manera de pretender favores para sus ahijados o –lo que es lo mismo– exigir la salida de funcionarios que no eran de su agrado!

 

El clientelismo político ha hecho metástasis en nuestro país. (La expresión se la debo al recordado Roberto Abusada). Miles de ahijados y parientes y parejas y militantes y recomendados han entrado –y siguen entrando– a las prefecturas, al Poder Judicial y a la Fiscalía, a los municipios, a los gobiernos regionales, a los ministerios y –ciertamente– al propio Congreso. El hecho es que cualquiera que haya sido el padrino que benefició indebidamente a un allegado recomendado con un puesto en el Estado tiene –para toda la vida– a un infiltrado que se la debe.

 

Después de los puestos de favor, vienen las adjudicaciones de obras para beneficiar a constructoras con quienes –esos padrinos y sus ahijados– tienen arreglos soterrados. Vienen –también– las adjudicaciones de compras de equipos, materiales y servicios… todo sobrevalorado. Todo adjudicado a proveedores con quienes se comparten subrepticiamente las ganancias de los negocios. ¡Y qué me dicen de la mafia de los consultores! Así le roban al Estado esos sinvergüenzas.

 

El hecho es que la burocracia estatal ha crecido explosivamente… sobre todo en la última década. Y algunos políticos insisten en meter más ahijados al Estado. ¡Patético!

 

Pues bien –prácticamente– todas las instituciones del Estado están atiborradas de burócratas que no tienen ningún mérito profesional, académico, o de otra índole. Sus únicos méritos son ser amigos o familiares de sus padrinos políticos de turno. Por eso, –aparte de corrupción y maltrato en el Estado– no hay plata para hacer obras de infraestructura pública. Y menos para aumentar las remuneraciones de los buenos servidores públicos.

 

¿Cómo hacer para corregir este desmadre? Fuera los corruptos. Fuera los mentirosos. Fuera los ociosos. Honestidad, veracidad y eficiencia. ¡No al clientelismo político!

 

El Estado está para servir a la población. El Estado no es un botín de guerra para los políticos.


 

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