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Foto del escritorFernando Cillóniz

Fernando Cillóniz / Corrupción e integridad


Donde abunda la corrupción… sobreabundará la integridad.


Nadie puede jactarse de ser puro e inmaculado. “El que esté libre de pecado… que tire la primera piedra” (Juan 8:7). No hay ser en el mundo que – en algún momento de su vida – no haya dejado de actuar como persona íntegra y transparente.


Ahora bien. “Pecados sí, corrupción no” – dijo el Papa Francisco en su visita a Lima en el 2018 –. Yo estuve presente cuando lo dijo en Palacio de Gobierno. Sí pues… los corruptos van más allá de la fragilidad natural de los seres humanos. Las personas corruptas están ancladas en sus autosuficiencias. No saben reconocer sus actitudes fraudulentas. Ni mucho menos arrepentirse de ellas. Los corruptos se hunden – cada vez más – en el fango de la mentira y la maldad. Viven sumidos en la corrupción. Pero no lo quieren reconocer. En el fondo son unos cobardes. ¡Su hipocresía no tiene límites!


Los corruptos son personas desintegradas. Se sirven de todos sus poderes para dejar secuelas de miseria en la gran mayoría de la población. Aparecen como personas que cumplen externamente las normas, pero sus corazones están llenos de podredumbre e inmoralidad. Viven una doble vida. Sus conversaciones privadas – sobre todo sus WhatsApp – los pintan de cuerpo entero.


Por eso – a los corruptos – se les dice también sepulcros blanqueados, llenos de huesos secos y podredumbre. La corrupción es como la adicción a las drogas. El soborno – o la coima – comienza por un pequeño sobre que luego se convierte en adicción. Los corruptos son lo peor de la especie humana. Dan de comer a sus hijos pan sucio. No tienen dignidad.


Casi todas las expresiones de este artículo provienen del Cardenal Pedro Barreto (arzobispo de Huancayo) quien puso las cosas en su sitio en un evento – al cual yo también asistí – cuyo tema principal era la lucha contra la corrupción en nuestro país.


El problema es de extrema gravedad. “Actuemos con decisión y valentía para recuperar la dignidad – como personas y como país – mediante un trabajo honesto y solidario. Unidos en la verdad podemos caminar apostando por la integridad” – dijo el Cardenal Barreto en aquella ocasión –.


Para mí – aparte de actuar con integridad… cada uno por su lado – eso significa confrontar a los corruptos con decisión y valentía. Claro que es riesgoso y complicado. Pero no queda otra. Efectivamente, los corruptos suelen ser personajes poderosos y abusivos. Presidentes, ministros, congresistas, jueces, gobernadores, alcaldes, empresarios, periodistas, funcionarios… los corruptos suelen ser crueles y prepotentes. Pero – repito – no queda otra. ¿Corrupción o integridad? ¡Esa es la cuestión! Por eso, frente a la corrupción ¡sólo cabe la confrontación… con decisión y valentía!


La lista de antivalores que predominan en el Estado peruano – en el Gobierno Central, en el Congreso de la República, en el Poder Judicial, en las Fuerzas Armadas y Policiales, y en los Gobiernos Regionales y Locales – es interminable. Vanagloria, chantaje, clientelismo, robo, mentira, acoso, altanería, cinismo, tiranía… y paro de contar. ¡Corrupción a tope!


Estamos viviendo de idolatrías y adoraciones a las más viles diosas de la humanidad. Idolatría a la diosa corrupción. Y adoración a la diosa cobardía.


No obstante – a pesar de todo – no debemos desfallecer. Aparte de identificar a nuestros compatriotas honestos, serviciales y trabajadores que, dicho sea de paso, abundan en nuestro país – y elegirlos y designarlos para que asuman cargos públicos – debemos confrontar a la corrupción con decisión y valentía… caiga quien caiga, y le duela a quien le duela.


Donde abunda el mal, sobreabundará el bien. Y donde abunda la corrupción, sobreabundará la integridad. ¡Que así sea!


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