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Foto del escritorFernando Cillóniz

Fernando Cillóniz / Botín de guerra 



Muchos políticos peruanos ven al Estado como un botín de guerra. Creen que ganar una elección les da derecho a usufructuar de él a su libre albedrío. “El Estado está para servirnos… no para servir a la población”. Así piensan esos personajes amorales. De allí la proliferación de favores políticos en el Estado. Me refiero – por ejemplo – a los puestos de favor. A los típicos recomendados que – una vez que ingresan al Estado – se convierten en ahijados que se la deben a sus padrinos… de por vida. 

 

Cuando fui Gobernador Regional de Ica – en el período 2015 / 2018 – constaté que los Congresistas eran los peores en esta materia… salvo honrosas excepciones. Aunque, valgan verdades – gracias a unos cuantos “periodicazos” de mi parte – se les bajó el moño. Sin embargo, al comienzo de mi gestión – incluso, durante la campaña electoral previa – ¡qué manera de pretender favores para sus ahijados o, lo que es lo mismo, exigir la salida de funcionarios que no eran de su agrado!

 

Durante la campaña electoral, el clientelismo político consistía en “saca a ese candidato y pon a éste”. Por supuesto, “éste” era un compinche de la más baja calaña del congresista clientelista. Y durante la gestión regional – ya ganadas las elecciones regionales – el clientelismo consistía en pedir trabajo (en lo que sea) a una lista interminable de militantes, allegados, familiares y amigos desempleados de los congresistas en cuestión. 

 

El clientelismo político ha hecho metástasis en nuestro país. (La expresión es del recordado Roberto Abusada… que en paz descanse). Miles de ahijados y recomendados han entrado – y siguen entrando – a los ministerios, a los gobiernos regionales, a las municipalidades, al poder judicial, y – ciertamente – al propio Congreso. 

 

El hecho es que cualquiera que haya sido el padrino político que benefició indebidamente a un allegado con un puesto en el Estado, tiene – para toda la vida – a un infiltrado que se la debe. Un topo dispuesto a retribuir – como sea – el favor concedido. Un ahijado cuya única camiseta es la de su padrino político. ¡Cero camiseta del Perú! Efectivamente, como la deuda es de por vida, los favores indebidos se suceden uno tras otro… hasta nunca acabar. 

 

El problema es que después de los puestos de favor, vienen las adjudicaciones de obras para beneficiar a empresas contratistas con quienes – esos padrinos y sus ahijados – tienen arreglos soterrados. Vienen – también – las adjudicaciones a dedo de compras de equipos, materiales y / o servicios… todo sobrevalorado. Todo adjudicado a proveedores con quienes se comparten subrepticiamente las ganancias de los negocios. Y ¡qué me dicen de la mafia de consultores! Así le roban al Estado esos sinvergüenzas. Repito. Todo empieza con los puestos de favor.

 

Nuestros antepasados – los Incas – valoraron mucho la honestidad. “Ama Sua” (no seas ladrón) fue el primero de los tres preceptos morales del extraordinario y sencillísimo código de moral Inca que forjó la grandeza del Tahuantinsuyo. Ser honestos. Así de sencillo. Pero de verdad.

 

El Papa Francisco – también – es muy sencillo y firme respecto a la corrupción. “Pecados sí; corrupción no” dijo en Lima cuando nos visitó allá por el 2018. O sea, uno puede meter la pata… pero no la mano. De eso se trataba su alocución.

 

El problema es que ser honesto en nuestro país no es “así de sencillo”. O mejor dicho, es sencillo decirlo; pero del dicho al hecho… hay mucho trecho. La cantidad de ahijados – ineptos, ociosos, maltratadores, corruptos – que ingresaron al Estado por influencia de algún congresista, alcalde, gobernador, u otro político clientelista es colosal.

 

El hecho es que la burocracia estatal ha crecido explosivamente… sobre todo en la última década. Y algunos políticos insisten en meter más ahijados al Estado. ¡Patético!

 

Pues bien – prácticamente – todas las instituciones del Estado están atiborradas de burócratas que no tienen ningún mérito profesional, académico, o de otra índole. Sus únicos méritos son ser amigos o familiares de sus padrinos políticos de turno. Por eso – aparte de la corrupción y el maltrato en el Estado – no hay plata para hacer obras infraestructura pública. Y menos para aumentar las remuneraciones de los servidores públicos de verdad: médicos y enfermeras, maestros, policías y militares, y jueces y fiscales. El presupuesto público para pagar favores políticos en el Estado está volando por las nubes.

 

¿Cómo hacer para corregir este desmadre? Ama Sua: fuera los corruptos. Ama Lulla: fuera los mentirosos. Ama Quella: fuera los ociosos. Honestidad, veracidad y eficiencia. Instituciones autónomas – tipo Banco Central de Reserva del Perú (BCR) – apolíticas, profesionales, meritocráticas, especializadas, eficientes y honestas. Cero favores políticos.

 


 

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