Muchos políticos ven al Estado como un botín de guerra. Creen que ganar una elección les da derecho a usufructuar de él a su libre albedrío. “El Estado está para servirnos… no para servir a la población”. Así piensan estos personajes. De allí la proliferación de favores políticos en el Estado. Me refiero – por ejemplo – a los puestos de favor. Los típicos recomendados que – una vez que ingresan al Estado – se convierten en ahijados que se la deben a sus padrinos… de por vida.
Cuando fui Gobernador Regional de Ica – en el período 2015 / 2018 – constaté que los Congresistas eran los peores en esta materia… salvo honrosas excepciones. Aunque, valgan verdades – gracias a unos cuantos “periodicazos” – se les bajó el moño. Sin embargo, al comienzo de mi gestión… ¡qué manera de pretender favores para sus ahijados o – lo que es lo mismo – exigir la salida de funcionarios que les resultaban incómodos!
El clientelismo político ha hecho metástasis en nuestro país. (La expresión es de Roberto Abusada). Miles de ahijados y recomendados han entrado – y siguen entrando – a la policía, universidades estatales, beneficencias, poder judicial, municipios, ministerios, y – ciertamente – al propio Congreso. El hecho es que cualquiera haya sido el padrino que benefició indebidamente a un allegado con un puesto en el Estado, tiene – para toda la vida – a un infiltrado que se la debe. Un topo dispuesto a retribuir – como sea – el favor concedido. Un ahijado cuya única camiseta es la de su padrino. ¡Cero camiseta del Perú! Y de allí siguen los demás favores indebidos. Uno tras otro… hasta nunca acabar.
Efectivamente, después de los puestos de favor vienen las adjudicaciones de las obras para beneficiar a constructoras con quienes – esos padrinos y sus ahijados – tienen arreglos soterrados. Vienen – también – las adjudicaciones de compras de equipos, materiales y / o servicios… todo sobrevalorado. Todo adjudicado a proveedores con quienes se comparten subrepticiamente las ganancias de los negocios. Y ¡qué me dicen de la mafia de consultores! Así le roban al Estado estos sinvergüenzas. Repito. Todo empieza con los puestos de favor.
Nuestros antepasados – los Incas – valoraron mucho la honestidad. “Ama Sua” (no seas ladrón) fue el primero de los tres preceptos morales del extraordinario y sencillísimo código de moral Inca que forjó la grandeza del Tahuantinsuyo. Ser honestos. Así de sencillo. Pero de verdad.
El Papa Francisco – también – es muy sencillo y firme respecto a la corrupción. “Pecados sí; corrupción no”. O sea, uno puede meter la pata… pero no la mano. De eso se trata.
El problema es que ser honesto en nuestro país no es “así de sencillo”. O mejor dicho, es sencillo decirlo; pero del dicho al hecho… hay mucho trecho. La cantidad de ahijados – ineptos, ociosos, maltratadores, corruptos – que ingresaron al Estado por influencia de algún congresista, alcalde, gobernador, u otro político clientelista es colosal.
El hecho es que la burocracia estatal ha crecido explosivamente… sobre todo en la última década. Y algunos políticos insisten en meter más ahijados al Estado. ¡Patético!
Pues bien – prácticamente – todas las instituciones del Estado están atiborradas de burócratas que no tienen ningún mérito profesional, académico, o de otra índole. Sus únicos méritos son ser amigos o familiares de sus padrinos políticos de turno. Por eso – aparte de la corrupción y el maltrato en el Estado – no hay plata para hacer obras infraestructura pública. Y menos para aumentar las remuneraciones de los servidores públicos de verdad. El presupuesto público para pagar favores políticos en el Estado está volando por las nubes.
¿Cómo hacer para corregir este desmadre? Ama Sua: fuera los corruptos. Ama Lulla: fuera los mentirosos. Ama Quella: fuera los ociosos. Honestidad, veracidad y eficiencia. No favores políticos.
El Estado está para servir a la población. El Estado no es un botín de guerra para los políticos.
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