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Fernando Cillóniz / Desmadre logístico estatal


Si miráramos a la pandemia como un vaso medio lleno –es decir, en sentido positivo– veríamos que hemos descubierto muchas falencias en el aparato estatal que merecen ser corregidas. Por ejemplo, hemos comprobado que el Estado es totalmente inoperante en materia de compras y contrataciones. Tanto que es incapaz de comprar cosas tan elementales como oxígeno, mascarillas, equipos médicos, tablets, y todo lo demás. Es incapaz de distribuir víveres, medicinas, ropa, etc. Ni siquiera dinero para la gente pobre puede distribuir de manera eficiente y segura. En realidad, el Estado no es capaz de comprar –ni distribuir– nada bien.


Los procedimientos actuales de compras y contrataciones son propios de los tiempos de la carreta. Los sistemas digitales basados en redes interconectadas no existen en la mentalidad de nuestras autoridades. Cada compra –y cada contratación– constituye un larguísimo proceso que siempre empieza de cero. Requerimiento, estudio de mercado, términos de referencia, concurso público, observaciones, impugnaciones, anulaciones: fracaso total.


Peor aún. Hay cerca de 4,000 Unidades Ejecutoras en el Estado, ¡4,000!, ¡Cuánta plata gastada por las puras, cuántos escritorios y armarios llenos de papeles que no sirven para nada, cuántos trámites inútiles, y cuánta marmaja bajo la mesa!


Y –por cierto– cero conexiones entre las distintas Unidades Ejecutoras. Efectivamente, tan desconectadas están unas de otras que una misma mascarilla comprada a un mismo proveedor puede costar hasta 10 veces más en una Unidad Ejecutora que en otra. ¡Un escándalo!


No se trata de centralizar nuevamente las compras y contrataciones del Estado. El centralismo nunca funcionó –y nunca funcionará– sobre todo en nuestro país. Lo que hay ahora –y que sí funciona– es la tecnología digital. La Internet. Y para el caso de las compras y contrataciones, las redes interconectadas.


¿Cómo funciona eso? Pues si se requiriesen mascarillas en Ica –por dar un ejemplo– la red contendría información actualizada de todas las mascarillas compradas por todas las Unidades Ejecutoras –incluso, las compradas por otras instituciones y/o empresas privadas– con todos los detalles habidos y por haber: precios, tiempos de entrega, especificaciones técnicas, datos de los proveedores, y todo lo demás. En consecuencia, si una Unidad Ejecutora comprase mascarillas a 10 veces su valor de mercado –como ocurrió durante la pandemia– ¡bingo! ¡Choros a la vista!


Por otro lado, al dispersar las gestiones administrativas en muchas Unidades Ejecutoras, el Estado desaprovecha el valor de las economías de escala, o compras conjuntas. Los casos más flagrantes a ese respecto son las compras de medicamentos. Es increíble. Cada hospital –o centro de salud– compra por su lado. ¿Resultado? Medicinas carísimas. Medicinas vencidas. Coimas por doquier. ¿Y los pacientes? Los pacientes que se pudran en las colas de amanecida. ¡Qué injusticia! ¡Qué dolor!


Ahora bien, lo que más llama la atención de todo este desmadre logístico es que no pase nada. O sea, que se anule la compra de un millón de tablets –y que un millón de niños pobres se queden sin educación virtual– y que no pase nada con los que intervinieron en la frustrada compra.


Asimismo, llama la atención que nuestras más altas autoridades no digan esta boca es mía respecto de la reforma –o transformación digital– del sistema de compras y contrataciones del Estado, el cual hace agua por todas partes.


El desmadre logístico estatal podría corregirse rápidamente si se interconectaran –entre sí– todas las Unidades Ejecutoras. Es cuestión de voluntad política y liderazgo.


El problema es que no hay voluntad política. Y menos, liderazgo.


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