Desde Tumbes hasta la Libertad, continúan las intensas lluvias y, a su paso, están dejando destrozos en las viviendas, las instituciones y en la obra pública que será muy difícil revertir antes que se produzca un nuevo fenómeno pluvial, cada vez más frecuente a causa del cambio climático que está elevando las temperaturas, un hecho científico del que nos vienen advirtiendo hace décadas científicos y organismos internacionales.
Sin embargo, en estos momentos, una vez producida la catástrofe, los pueblos del norte necesitan ayuda urgente para enfrentar la emergencia de las inundaciones, no solo repartiendo productos de primera necesidad y bonos del Estado, sino enviando especialistas que puedan trabajar, conjuntamente con los gobiernos regionales y locales, en favor de los miles de damnificados.
No basta la visita de los ministros, ni tan solo el envío de maquinaria, es necesario trabajar en equipo: el gobierno, la empresa, la academia y la sociedad civil, tanto local como nacional. Dada la dimensión de la tragedia, se necesita recurrir a la ayuda de los países que tienen experiencia y conocimiento al respecto.
Todo bajo el liderazgo de un gestor que, no necesariamente público, con eficiencia probada, quien debe contar con colaboradores que lideren equipos de trabajo que rescaten a las víctimas, ofrezcan refugios con servicios y los atiendan en sus necesidades básicas.
Necesitamos un trabajo contra reloj, rápido y eficaz que les sobrepasa a los gobiernos regionales y locales, como al gobierno central. Es por eso necesario comprender que el Perú es de todos; o trabajamos unidos o nos sumimos en la tragedia y la desesperanza en la búsqueda constante de que un “papá Estado” nos solucione la vida porque los ciudadanos y las empresas “ya contribuimos con nuestros impuestos.”
Estamos de paso por Guayaquil, el gran puerto y ciudad del Ecuador sobre el río Guaya que ha progresado exponencialmente, a lo largo de las últimas décadas. Con problemas, como todas, como la falta de seguridad ciudadana; pero que es una muestra de cómo los gobiernos provinciales, como los alcaldes de la ciudad, conjuntamente con la empresa privada y la sociedad civil, trabajan unidos superando los obstáculos del centralismo. Aquí llueve a cántaros, con truenos y relámpago, por muchos meses, pero su sistema pluvial permite que la ciudad no sufra después de estos eventos.
A principios de los 80, el ex alcalde y después ex presidente León Febres Cordero afirmó en un discurso: “Nuestra querida y dolida ciudad ha sido denigrada por la corrupción. Hemos tocado fondo, más bajo no podemos caer ya, sufrimos en carne propia todos los días la falta de servicios públicos. Guayaquil está asentada sobre una bomba de tiempo, un alcantarillado obsoleto que no presta ningún servicio y que en cualquier momento puede explotar (…) funcionarios municipales han festinado la vía pública utilizando la coima y el chantaje”, como los cita Francisco Jiménez en su libro “Guayaquil, un nuevo horizonte”
A Febres Cordero le sucedió Jaime Nebot, como alcalde de esa ciudad, ambos dieron lugar a un sistema de concesiones privadas y fundaciones para agilizar y desburocratizar la gestión municipal. Si bien algunos ciudadanos consideraron que estos procesos podían ser opacos y exigieron rendición de cuentas y con razón, contribuyeron a mejorar y superar tragedias, como la pandemia de la covid-19.
Las instituciones privadas robustas con fines sociales, de salud y educativas, el apoyo de la empresa privada, la academia y una ciudadanía vigilante, han recurrido a la ayuda del Estado en Guayaquil, un buen ejemplo de cómo trabajar unidos para superar la tragedia y por el desarrollo.
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