La cantidad de agrupaciones políticas que pretenden presentarse para las próximas elecciones generales, en nuestro país, es abrumadora; porque no somos capaces de juntarnos en partidos grandes, ni de construir alianzas. El ego nos impide asociarnos en instituciones para tentar la conducción del gobierno, donde hay espacio para muchos.
La institución partido político, en el Perú, es una nebulosa, un concepto abstracto al que pretendemos vestirlo de contenido, sólo en la época de elecciones, cuando hay que demostrarle a la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) que se cumple con los requisitos que solicita. Es por eso que, llegan a ejercer autoridad muchos que no dan la talla política ni tecnócrata; sino tantas veces motivados por la angurria de las mieles del poder.
¿Tienen los partidos responsabilidad sobre el menú que ofrecen a los ciudadanos para que escoja a sus representantes, o la responsabilidad es de la ONPE y el Jurado Nacional de Elecciones (JNE)? Obviamente, son estas últimas instituciones las que, finalmente, “filtran” a los candidatos.
Recordemos que fue la recurrencia a la “ley del embudo” y falta de equidad del JNE la que nos ofreció una “plancha presidencial coja” que obtuvo el éxito electoral: solo un candidato a Presidente y una a vicepresidenta (cuestionada por trabajar en el Estado); cuando, en cambio, observó y sacó de carrera a otras agrupaciones.
Sin embargo, los partidos políticos, no se pueden lavar las manos. El sueño del partido propio, muchas veces, los lleva a improvisar; porque armar las listas de candidatos en todo el país, con personas preparadas, conocidas y confiables, no es tarea que se realiza de la noche a la mañana. Una institución política, no se levanta en menos de 5 años; porque no debe reducirse sólo a conseguir una cantidad de firmas para su inscripción; la capacitación y formación de líderes es fundamental, para mejorar la oferta electoral.
Hace siglos, Aristóteles afirmó que un pueblo sin educación no merece la democracia; pero parece que nos empeñamos en construir un sistema político, sin la base en la que se sostiene. Somos un país “legalista” que creemos en que todo se resuelve elaborando leyes que casi nadie conoce y pocos cumplen.
La ciudadanía no es cuestión de edad, sino de maduración y formación del criterio para tomar las mejores decisiones en la vida y, por tanto, para elegir a nuestros representantes políticos y autoridades que, a nuestro nombre, van a gobernar los destinos de nuestro país y, en gran parte, nuestra vida como parte que somos de una colectividad nacional.
Pero, asimismo, quienes se forman para ejercer ciudadanía, se preparan para asumir el liderazgo, como un servicio público, si tienen la vocación o existe la necesidad de verter nuestros conocimientos y experiencia para el bien común, en algún momento o circunstancia del país. Todo lo cual, conlleva un proceso que los partidos políticos o algunas instituciones educativas universitarias están llamadas acompañar.
Mientras, nos neguemos a entender el peso de las decisiones políticas en nuestra vida diaria, en nuestro presente y futuro, y sólo tendamos a rechazar el conocimiento de los temas políticos y el diálogo público por considerarlo sucio, inútil o misterioso, los ciudadanos vamos a permanecer gobernados por varios indeseables que llegan al poder para asaltar nuestros bolsillos y acabar con nuestros derechos.
La vida familiar, económica y social, difícilmente transcurre por cuerdas separadas de la política, como quisiéramos; sino que hasta el precio del pan que compramos para el desayuno, depende del contexto político.
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