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Fabiola Morales / Reflexiones en torno a la Navidad


Hoy el mundo celebra la Navidad, en recuerdo del nacimiento de un Niño, Dios encarnado para los cristianos, que fue recibido por María y José, en una cueva con un pesebre; porque nadie les dio posada en Belén, el lugar donde habían viajado para cumplir con un censo ordenado por Herodes I, el Grande, entonces gobernante de esa región.


Es necesario recordar el motivo de esta fiesta porque ahora se expresa, en muchos lugares, con símbolos bastante alejados de su verdadero significado, como si la sociedad actual quisiera esconder o negar, otra vez, un lugar para unos padres humildes que buscaban albergue para que María pudiera dar a luz a un Niño, mensajero del amor de Dios por la humanidad, de todos los tiempos.


Muchos dicen que la Navidad es la fiesta de los niños, porque efectivamente, son los niños quienes más la disfrutan, esperan sus regalos, se ilusionan con los adornos y la luces, y con la cena de Nochebuena y los rencuentros familiares. Pero también los adultos que abren su corazón a la esperanza de esta fiesta y, vuelven a ser niños entre los niños, gozan de la alegría de la unión entre generaciones.


Por otro lado, las estadísticas dicen que, en esta época, aumenta el número de personas que atenta contra su vida, como consecuencia de una mala gestión de la emotividad que estas fiestas globales producen y, porque el poder mediático sustentado económicamente por el comercio, influyen en la pérdida del sentido trascendente del significado de la Navidad.


La alegría del Nacimiento del Niño-Dios, no la puede empañar ninguna dificultad ni ninguna pena, porque precisamente, en este hecho histórico, se encuentra el bálsamo que nos devuelve el verdadero significado y sentido de nuestra vida: el servicio a las personas que tenemos a nuestro lado y a todas aquellas a quienes podamos llegar con nuestro apoyo, no solo material, sino de comprensión, de compañía y afecto.


Nuestro país, atraviesa por una crisis de expresiones violentistas que nos ha llevado, en pocos días, a lamentar la pérdida de más de veinte vidas humanas, numerosos heridos y la destrucción de bienes públicos y privados. Una conducta que solo se explica cuando se siembra odio en los corazones y no hay voluntad de llegar a acuerdos.


Esta Navidad, nos debe llevar a contemplar el pesebre de Belén, a adentrarnos en su verdadero significado para recuperar nuestras raíces culturales cristianas que han contribuido a configurar nuestra Nación, como una Patria “libre y feliz por la unión”, donde la Educación, en la familia y los colegios, apuesten por la formación integral de las personas, sin dejarse llevar por ideologías materialistas y hedonistas, por muy de moda que se pongan.


No busquemos la receta para nuestros problemas lejos de nuestra propia cultura, ni menos en clichés ajenos que quieren convertir al Perú en un país extraño y polarizado, nuestra meta debe ser la de vencer el egoísmo, la soberbia, el odio que ensucia los corazones y produce corrupción, injusticia y violencia en distintas formas.


Dicen que el deseo de los niños es convertirse en hombres, el de los hombres convertirse en reyes y el de los reyes convertirse en dioses; volvamos los ojos, en cambio, a este Dios que quiso hacerse Niño, para que descubramos el secreto del verdadero sentido de nuestra vida y esa felicidad que todos anhelamos.


Para todos nuestros lectores y sus familias, les deseamos una verdadera renovación y muchas felicidades en estas fiestas de Navidad.


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