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Foto del escritorFabiola Morales

Fabiola Morales / La democracia boba 



La democracia en el Perú está siendo puesta a prueba, porque aprovechando sus propias reglas, quienes no creen en ella, o piensan que “la democracia es una cojudez”, intentan llegar al poder para perpetuarse, imponiendo sus regímenes totalitarios como sucede en Nicaragua y Venezuela, donde personajes que representan claramente a posiciones extremistas, una vez que toman el poder, se niegan a devolverlo con distintas artimañas, aprovechando los huecos que dejan las leyes para interpretaciones antojadizas.

 

Ahora mismo, la presidenta Dina Boluarte carga con el problema de no contar con un vicepresidente, por la sencilla razón de que el JNE de Salas Arenas –invocando la democracia– permitió que postulara una plancha presidencial coja, como permitió también que Boluarte, entonces funcionaria de la RENIEC, sin renunciar, integrara la fórmula presidencial de Perú Libre.

 

Otro despropósito apañado por nuestro sistema democrático es la cantidad de partidos que están aptos para postular en las próximas elecciones. Se calcula que serían 50 o hasta más los que se presentarían ante el electorado, que, si esto es así, recibiría una sábana de papel para escoger, en un bosque de partidos, al próximo presidente, vicepresidentes, senadores, diputados y miembros del Parlamento Andino, al tiempo que se castiga la formación de alianzas electorales, que serían una solución para este caos.

 

En lo que se refiere a la existencia de los partidos y movimientos regionales, hasta ahora no hay decisión en el Congreso; al respecto, todavía están calculando su conveniencia o inconveniencia en las próximas elecciones nacionales y subnacionales; pero lo cierto es que debilitan la democracia, porque su vida es efímera –suelen solo participar en un proceso electoral– y los requisitos para su inscripción y permanencia son poco exigentes; además, abonan a la dispersión del voto y a la desorientación del ciudadano.

 

Otro asunto no menor es el destino de los votos que representan la “sagrada voluntad ciudadana” expresada en las urnas. Una vez que se cuentan y los resultados se vuelcan en las actas, se destruyen; regla que lleva a la sospecha bastante sustentada de que los resultados se “decidan” en las mesas; obviamente, si los 50 partidos políticos que podrían postular para las próximas elecciones no colocan un personero en cada una de ellas para que sea testigo de que, efectivamente, el acta electoral es un espejo que refleja de manera fidedigna los resultados de las boletas de votación, tendrían que confiar a ojos cerrados.

 

Podríamos seguir señalando a los ciudadanos, que son los sujetos del derecho a elegir, las falencias que tienen nuestras reglas, tan frágiles que cualquier “astuto” se las podría saltar; pero lo más grave es que hemos estado a punto de permitir que movimientos de vocación claramente antidemocrática y extremista, como el MOVADEF y ANTAURO, pudieran participar en las próximas elecciones.

 

Es cada vez más evidente, aquí y en otros países hermanos, que líderes con vocación totalitaria y una vida pública que así lo demuestra, como es el caso de Daniel Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela, tienen el descaro de asumir y perpetuarse en el poder, “usando” las “elecciones” y prostituyendo instituciones democráticas para destruir la economía, arrebatar la libertad y las posibilidades de desarrollo de los pueblos. O, casos como el de Colombia que, en nombre de la democracia, han sentado a guerrilleros con las manos manchadas de sangre en el primer poder del Estado.

 

La democracia no puede ser boba, es por eso que corresponde al Congreso legislar colocando suficientes candados y al Poder Judicial actuar con sabiduría.


 

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