El miércoles 9 de abril de 2008, tuve la inmensa alegría de saludar personalmente a Benedicto XVI, quien falleció ayer sábado, último día del año 2022, como Papa Emérito, a los 95 años de edad. Un pontífice de altos vuelos teológicos e intelectuales que, sin embargo, se definió como “el humilde trabajador de la viña del Señor”, cuando fue elegido como sucesor de Pedro, el 19 de abril de 2005.
En aquel encuentro con el entonces papa Benedicto XVI, tuve la oportunidad de hablarle del Perú y de nuestra preocupación y trabajo, desde el Congreso de la República, en defensa de la vida y la familia; asimismo, le entregamos unas publicaciones académicas, por las que se interesó y agradeció entregándonos un rosario que sacó de su bolsillo, aunque su secretario el sacerdote Geor Gänswein, ahora cardenal, ya nos había regalado otro.
Nunca olvidaré la mirada y la sonrisa discreta que acompañó al Papa en ese encuentro único, porque –si bien éramos muchos quienes pudimos estar sentados, a su lado, en el atrio de la Basílica de San Pedro en esa audiencia– su saludo y atención, a cada uno -después de terminada la ceremonia- era personal e íntima, hasta en el gesto de tomarnos las manos, mientras hablábamos.
A Benedicto XVI se le atribuía una personalidad tímida, pero su trato siempre fue cálido y extremadamente agradecido. Después de algunos días de este encuentro inolvidable, me llegó una carta firmada por su asesor, Mons. Gabrielle Caccia, en la cual, el Papa nos impartía su Bendición Apostólica.
Una carta que, evidentemente, me sorprendió muy gratamente, porque no la esperábamos; pero, sobre todo, por la profundidad de su contenido, de la que rescato el siguiente párrafo: “Su Santidad desea expresarle su agradecimiento por ese gesto (se refería a la visita y publicaciones) a la vez que invoca sobre usted abundantes gracias divinas que le ayuden a vivir siempre con ilusión y generosidad su fe cristiana y su generosa entrega al servicio de sus conciudadanos. Con esos sentimientos, el Santo Padre le imparte la Bendición Apostólica, que extiende complacido a sus familiares y colaboradores.”
El 1 de mayo de 2011, con ocasión de la beatificación de su antecesor Juan Pablo II –ceremonia a la que asistimos con el exministro Mario Pasco, en representación del Perú– pudimos también pasar a saludarlo en una estancia dentro de la basílica de San Pedro; en esa vez, se mostró especialmente interesado por nuestro país, recordando su visita en 1986, siendo el cardenal Joseph Ratzinger.
Desde que renunció al pontificado, el 28 de febrero de 2013, después de casi 8 años, Benedicto XVI vivía retirado de la vida pública, dedicado a la oración y la producción intelectual, recibiendo siempre las visitas frecuentes del papa Francisco, quien ha dicho en distintas ocasiones que lo consideraba un padre. La relación entre ambos era estrecha, de mutuo afecto y respeto; contrariamente, a lo que algunos esperaban, estos momentos históricos para la Iglesia –de un Papa emérito y un Papa reinante– han fortalecido la barca de Pedro en su navegar por aguas, a veces, tormentosas.
La Iglesia está de duelo, pero también llena de agradecimiento y esperanza por la vida entregada de un hombre fiel en la búsqueda de la verdad y el bien, para quien la “felicidad tiene el rostro de Cristo”. Nos deja un gran legado ejemplar expresado de múltiples formas, también en sus Encíclicas: Deus Caritas est, Spe Salvi y Caritas in veritatate que es necesario leer y releer.
Comments