Este 11 de setiembre falleció el expresidente Alberto Fujimori y, con ello, se cierra un capítulo de la historia contemporánea del Perú que, ojalá, ayude a despolarizar las posiciones ideológicas en nuestro país, tan aficionado a los “antis”, más que a las propuestas y soluciones realistas y prácticas para alcanzar el desarrollo del país entre todos.
Fuimos a presentar nuestras condolencias a la familia Fujimori: a Keiko, con quien, desde distintas bancadas, compartimos la actividad parlamentaria, y a Santiago, con quien coincidimos en el Congreso también durante los períodos parlamentarios 2006-2011. En cambio, con Susana Higuchi, la ex Primera Dama, coincidimos en el período 2001-2006.
Al inicio de este siglo XXI, vivimos las turbulencias del fin de un régimen que, si bien había terminado con el terrorismo y superado la hiperinflación del país, a finales de los noventa se había degradado totalmente. Este fue el motivo de nuestro ingreso a la vida política activa: una situación difícil que entre todos debíamos superar. Porque solo causas superiores pudieron motivarnos a hacer un receso de la vida académica, trasladarnos a la capital y dar un giro en la vida para ejercer como representantes en el Parlamento Nacional.
Eran momentos críticos en la historia del Perú, donde pocos podrían haberse negado a una invitación que tenía como argumento salvar al país de la corrupción de las instituciones y la posibilidad de ayudar, aunque fuera con un granito de arena. El gobierno de transición de Valentín Paniagua había convocado a elecciones generales y muchos de los que veníamos del mundo profesional y que nos sentíamos políticamente independientes acudimos a ese llamado.
Desde la coalición Unidad Nacional, recibimos la invitación a participar en las elecciones. No era la primera vez; otras agrupaciones ya lo habían hecho en un par de ocasiones más. Sin embargo, en esta oportunidad, el momento lo ameritaba.
Así que aceptamos presidir la lista de candidatos por la región de Piura, impactadas todavía por los llamados “Vladivideos” que mostraron por las pantallas de televisión a un Vladimiro Montesinos, director del Servicio de Inteligencia Nacional, repartiendo torres de fajos de dinero a los dueños de los principales medios de comunicación para comprar sus líneas editoriales.
Ejercimos, por tanto, una labor de oposición política y de investigación de los actos de corrupción del gobierno de los noventa desde el Parlamento; además, nos preocupamos de proteger a algunos profesionales, como es el caso de los comunicadores, de la presión de los dueños que decidieron arrodillarse a cambio de millones de dólares. Pero nadie pensó en el comunicador de prensa, radio o televisión que se debatía en el dilema de perder el trabajo o seguir las órdenes de los corruptos empresarios de los medios.
Así nació nuestro PL de la “Cláusula de Conciencia” que protegía el honor de quienes decidieran no ceder a las presiones corruptas y renunciar sin verse desprotegidos económicamente, ellos y sus familias. Recogimos esta teoría del maestro José María Desantes, quien personalmente participó de unas mesas de debate que organizamos en el Congreso y a las que asistieron también los profesores Ignacio Bel, Marisa Aguirre, Loreto Corredoira; políticos como Lourdes Flores y Anel Townsend, y representantes de los medios.
Montesinos lleva décadas en la cárcel y Fujimori pasó casi dos en prisión, durante las cuales ha luchado con un cáncer que, finalmente, lo llevó a la tumba; falleció en libertad, gracias al indulto, rodeado de su familia y en su casa. Miles de personas pasaron a despedirlo en el Museo de la Nación.
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