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Foto del escritorFabiola Morales

Fabiola Morales / El cuidado de los vulnerables 



La población peruana se estima en 33 millones 800 mil en número redondos, con una esperanza de vida al nacer que ha subido a 76.6 años y la tasa de crecimiento en los últimos años ha disminuido a más de la mitad: de 2.6% a 1.1%. Asimismo, las personas con discapacidad son el 5.2% (1 millón 570 mil), con tendencia al crecimiento.

 

La familia, es la primera institución, célula básica de la sociedad que, naturalmente, provee cuidados a sus miembros más vulnerables; sin embargo, esto le supone un gran esfuerzo que asume con amor por sus seres queridos: la necesidad de un presupuesto abultado para tratamientos y medicinas, tiempo para atenderlos y la ayuda de profesionales especializados. En algunos casos, estas personas ya no pueden permanecer en sus hogares, porque su condición mental o física, requieren de su permanencia en otros centros de cuidado; pero la familia no se desentiende de ellos, aunque siempre haya casos excepcionales.

 

En Europa, más del 25% de personas, sobre todo mujeres, son cuidadores informales de personas con discapacidad, con edad avanzada y también de niños; no tenemos cifras del Perú, pero intuimos que es mayor. Estas personas, sin embargo, no tienen hasta ahora, el apoyo de sus centros de trabajo, ya sea público o privados, siendo que sus jornadas al cuidado de sus familiares más vulnerables, son agotadoras, tanto en el aspecto físico como psicológico.

 

Es necesario, hoy más que nunca, construir la cultura del cuidado, en contra de la “cultura del descarte” a la que se refiere tantas veces el papa Francisco, hablando específicamente del cuidado amoroso a los enfermos, discapacitados y las personas mayores que lo necesiten, ya sean nuestros padres, familiares, vecinos o amigos a quienes podamos dedicarles cariño y afecto.

 

La escritora Isabel Sánchez, es autora del libro titulado: “Cuidarnos”, dedicado a las personas que cuidan a sus familiares: La experiencia del gozo espiritual que deriva de “hacer el bien”, es la mejor de las cosas y, por eso, la más placentera. El cuidar que es hacer el “bien”, no implica un desangramiento del ser, porque dota de significado a la vida; produce un íntimo placer ético por “hacer lo que se entiende con amor, que se debe hacer.”

 

“Cuidar es también un placer estético. Hacer las cosas cuidadosamente, con la dedicación del artesano, con creatividad de poeta, produce un gozo específico.” Escribe Sánchez y añade: “Buena parte del arte de cuidar (…) reside en hacer fiesta, detenerse a contemplar el bien generado, celebrar cualquier paso adelante, subrayar momentos memorables, significativos (…) y dar espacio a las celebraciones íntima de una historia compartida.”

 

Esta semana, en el Perú se ha producido el primer caso de “muerte asistida” –por mandato de un juez en una decisión anticonstitucional– y muchos lo asimilan como si se tratara de un “bien”, casi de un acto “heroico”. Una reacción extraña en un país de cultura humana y cristiana, donde al enfermo se le cuida con esmero.

 

La vulnerabilidad la experimenta todo ser humano, especialmente, al inicio y el final de la vida a la edad que se produzca, y siempre hemos estado preparados como familia para asumir su cuidado; pero pareciera que una agenda cruel, “progresista” y extranjera, nos quiere convencer que debemos ir contra los problemas que nos podrían causar los más débiles recurriendo al aborto y la eutanasia, conceptos propios de sociedades materialistas y utilitaristas. Apostemos por una cultura de la “vida” y no de la muerte.


 

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