Hemos iniciado el año 25 del siglo XXI, el primer cuarto del siglo presente, en el que somos testigos de cambios vertiginosos basados en el avance de la tecnología digital que impacta en todos los ámbitos de las actividades humanas, desde lo privado hasta lo público, abriendo nuevos desafíos en el mundo del hogar, el trabajo, la educación, la política, la economía, la salud y todos los campos.
El trabajo y el estudio son dos actividades que, después de la pandemia del COVID-19, han sido impactadas por la “virtualidad”, permitiéndonos llevar a cabo estas actividades de manera remota. Un medio por el cual las personas interactúan de manera distinta, ganando en el “acortamiento” de las distancias, pero perdiendo en la “calidad” de la comunicación.
Esta modalidad, sin embargo, nos permitió superar muchos de los obstáculos de movilización que nos planteaba una situación de encierro en nuestras propias casas, después del cual no volvimos a ser los mismos. Esta experiencia, que palió la imposibilidad de recurrir al trabajo y a los centros de estudio, nos mostró también que el acceso a la tecnología nos ayuda, pero tiene su precio y que no todos están preparados para asumirlo.
Por eso, en nuestro caso, la educación fue uno de los sectores que más sufrió en este primer cuarto del siglo XXI. Se perdieron dos años valiosos de clases escolares que se impartían malamente por Internet, la red de redes, inaccesible al menos para el 50% de hogares; como lo era la falta de receptores en las casas, sobre todo en los asentamientos humanos donde se poseía, como mucho, un celular por hogar para las clases de varios niños o una laptop en el caso de familias con mejores recursos. Solo los mejores colegios pudieron superar el reto.
Mientras los niños y jóvenes estudiaban, sus padres trabajaban también de manera distante, lo cual elevó exponencialmente la necesidad de más y mejores receptores y, por supuesto, de mejores señales de Wi-Fi; desafíos que nadie se planteaba en el siglo XX, hace apenas dos décadas, cuando nadie intuía que pasaríamos de las actividades presenciales a las remotas.
Sin embargo, una vez terminada la pandemia, se consideró conveniente seguir usando esta modalidad de trabajo y de estudio, principalmente para los estudios superiores, conferencias y reuniones, o combinar lo presencial con lo virtual, lo cual dio como resultado la llamada modalidad híbrida, es decir, un trabajo mixto con días presenciales y otros a distancia.
Muchas instituciones y empresas siguen utilizando estas modalidades de trabajo, con sus ventajas y desventajas. Para ellas, supone un ahorro importante en espacios para oficinas, mobiliario, servicios de agua, desagüe, luz, entre otros. Para los colaboradores, un ahorro en tiempo y dinero en transporte, por ejemplo, y, particularmente, para quienes tienen hijos o padres que cuidar en casa, la posibilidad de estar más cerca de ellos.
Por otra parte, los retos son todavía muchos, porque el servicio de comunicación remota es deficiente, las casas son pequeñas, la capacidad de atención reducida y, sobre todo, por el peligro que supone para las personas perder el contacto humano.
Despedimos el 2024 y le damos la bienvenida al 2025 muy atentos a lo que puede suponer el avance de los nuevos modos de relacionamiento humano en un mundo que tiende a cambiar la realidad con la virtualidad, reemplazarnos con la inteligencia artificial y apostar por un transhumanismo, donde corremos el riesgo de perder nuestra naturaleza, siempre mucho más rica, creativa y libre para buscar la verdad y hacer el bien.
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