La participación de la mujer en la política peruana en los cargos públicos de elección popular es muy inferior a la de los varones. De los 196 alcaldes provinciales, 7 son mujeres (4%); de los 1666 alcaldes distritales, 99 son mujeres (6%) y de los 24 gobernadores regionales, ninguno es mujer. El número de parlamentarias actuales, siendo uno de los más altos, no llega a La ley de cuotas que “obliga” a los partidos políticos a llevar en las listas a igual número de mujeres y varones, en la práctica ha resultado una falacia, porque de haber cumplido con su objetivo, tendríamos representaciones paritarias. En el caso de las elecciones parlamentarias, mientras exista el “voto preferencial”, el número de mujeres representantes dependerá del ciudadano, por tanto, la ley de cuotas es innecesaria. Lo mismo sucede con la elección a los gobiernos subnacionales, el número de gobernadoras y alcaldesas, depende de la voluntad popular.
Por otro lado, no se debe obligar a la participación de la mujer en la política, por la sencilla razón de que se trata de una actividad esencialmente libre, para la cual incluso hay que tener “vena” y una especial vocación al servicio comunitario y público que implica una especial preparación y un perfil específico para caminar en arenas movedizas, de relaciones humanas difíciles y, tantas veces, de “egos” que marcan terrenos de poder férreos o de líderes sordos.
Sin embargo, la mujer tiene mucho que aportar a la política, si realmente busca en las raíces de su feminidad y su buen hacer, sus características más genuinas. Nos referimos, en primer lugar, en la especial preocupación de la mujer por la persona que es una tendencia natural a llegar y valorar lo específicamente humano. Aspecto que le facilita una gestión de los problemas humanos concretos, con mayores logros.
Tres fueron las mandatarias del mundo que, durante la pandemia de la covid-19, consiguieron mayores logros: Tsain Ing-Wen de Taiwán, Jacinta Arden de Nueva Zelanda y Angela Merkel de Alemania. No olvidamos a una Ángela Merkel –cuando muchos intentaban ocultar la realidad- diciendo que los contagios alcanzarían altos porcentajes de la población durante al menos dos años y que las consecuencias serían muy duras. Lo dijo y se preparó para lo que venía.
Estas mujeres supieron medir la trascendencia del problema de la pandemia con realismo, lo comunicaron y lograron trabajar en equipo con la participación de los ciudadanos, sin abandonarlos a su suerte en ningún momento y siempre se manifestaron con la verdad por delante, por muy exagerada que pareciera. Ejercieron un liderazgo más democrático y participativo y, sobre todo, con una visión global y multifuncional.
Las mujeres tienden a ejercer un liderazgo cívico y político enfocado en las personas, por tanto, más solidario. No nos cansaremos de agradecer a las mujeres peruanas que “inventaron” los comedores populares, las que se hicieron cargo del vaso de leche, las que ahora sacan adelante las “ollitas comunes”; porque son sensibles a las necesidades humanas de sus vecinos y acuden en su ayuda, en medio de sus propias carencias.
Pero, hay que tener cuidado con la llamada “agenda global” totalitaria y sus representantes que se acercan a la política para defender falsos derechos humanos, donde prima la cultura de la muerte, defensoras del aborto y la eutanasia, destructoras de valores que, ante el fracaso del relato marxista de la lucha de clases, pretende reemplazarlo.
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