Esta noche es Noche Buena, el mundo occidental, principalmente, ilumina sus calles y plazas para expresar su alegría por la fiesta de la Navidad durante la temporada de invierno con nieve en el hemisferio norte y de verano en el hemisferio sur; pero en ambos lugares las personas departen con la familia y los amigos, en cenas y reuniones, para demostrar su afecto y solidaridad, un mensaje esperanzador que renueva nuestra fe año a año.
Pero, esta vez, Belén, no recibirá la multitud de peregrinos y turistas que todos los años llegan por estas fechas con motivo de la Natividad debido a la guerra desatada entre Israel y Hamás.
Situada a 11 km de Jerusalén, sobre dos colinas que miran al desierto, a orillas del Jordán, está edificada sobre un valle, con dos torres importantes: la de la Iglesia de la Natividad y la de una mezquita. Una muralla de 8 metros de altura, mantiene separada a su población árabe palestina, en su mayoría católicos, en el territorio de Cisjordania, al que no es fácil acceder desde Israel, porque se requiere de un permiso especial.
Belén, donde nació Jesús, es también la cuna del rey David y el lugar de las profecías; su población que ha sufrido durante años, no quiere más que vivir en paz y en buenas relaciones con sus vecinos judíos.
La Iglesia de la Natividad luce imponente en el centro de la ciudad antigua; en contraste con la “gruta luminosa” que se encuentra en su interior, a la que es necesario ingresar con el cuerpo encorvado y la cabeza gacha, bajando unas escaleras estrechas, un simbolismo que nos recuerda que para llegar a Dios hay que hacerse pequeño y humilde.
La gruta es rectangular –12 metros de largo por 3 de ancho– con una altura de 3 metros también; es oscura y está cavada en la roca, en el suelo hay una estrella de plata que regaló España, donde señala el lugar exacto donde nació Jesús, comprobado con estudios arqueológicos y documentos históricos que coinciden con el relato de los Evangelios. Una frase acompaña el lugar: “Aquí nació Jesús de la Virgen María”.
Los lugares santos son custodiados por ortodoxos, armenios, coptos y, en el caso de los católicos, por los frailes franciscanos. Este año, precisamente, se cumplen 800 años de la primera representación que ideó San Francisco de Asís del Nacimiento de Cristo en Greccio, provincia de Rieti en Italia (1223). Así, quiso recordar “la memoria del Niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con los propios ojos lo que sufrió en su abandono de pequeño, cómo fue reclinado en un pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el asno y el buey” relata Tomás de Celano.
Los pobladores de Greccio, asistieron a la primera representación del Nacimiento que prepararon ellos mismos, con las indicaciones de San Francisco, quien celebró una Misa solemne delante de la escena del pesebre, acompañado de las luminarias y los cánticos de los asistentes que provenían también de pueblos vecinos. Quiso así, subrayar el entorno de “simplicidad y humildad” en el que nació Cristo.
Las familias peruanas han conservado la costumbre de armar “nacimientos”. Las manos maravillosas de los artesanos han creado una imaginería variada, amplia y rica que se puede apreciar alrededor del Niño Manuelito, en alusión al Emmanuel: Dios con nosotros. Famosa es en el Cusco el Santurantikuy, una feria artesana navideña que data del siglo XVI. ¡Feliz Navidad!
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